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Confianza institucional: ¿Ciega o lúcida?

Voces La Tercera

El principal desafío de la política formal en Chile pasa por intentar recomponer el vínculo de confianza con la ciudadanía. Ninguna empresa política en el futuro será fecunda si no se ve acompañada de un tejido institucional lo suficientemente robusto y enraizado socialmente, a efectos de proyectar la legitimidad necesaria para que los vasos comunicantes entre la ciudadanía y las autoridades fluyan, sin distorsiones, ni reverberaciones populistas. Y el axioma es claro: sin confianza, no hay instituciones sólidas posibles.

Las últimas cifras de la encuesta del Centro de Estudios Públicos son alarmantes en materia de confianza hacia las instituciones de la política: 3% de confianza en los partidos políticos, situándolos en la zona gris del margen de error, 6% de confianza en el Congreso y 15% de confianza en el Gobierno. Entre estas tres instituciones, se configura algo así como un Triángulo de las Bermudas de la desconfianza institucional. Salir de ahí, no parece una cuestión trivial.

Pero lo más preocupante, es que sabemos que el germen del populismo se gesta precisamente ahí donde la praxis política se desentiende de las instituciones, considerándolas incluso un lastre. Así, mientras para un líder populista la confianza ciudadana en las instituciones de la política formal, que excedan más allá de su persona, se transforma en un pasivo, en las democracias consolidadas, éste pasa a ser el principal activo. No hay que olvidar que ya desde el Leviatán de Hobbes, la desconfianza entre los hombres permitía la cesión de un poder absoluto a un tercero.¿Estamos a la espera y dispuestos, a correr el riesgo de que emerja en la escena un líder carismático que venga a capitalizar y darle forma orgánica a la desconfianza?

La confianza permite sostener los vínculos de asociatividad, reduce incertezas y optimiza la acción colectiva. Tal y como demuestra una vasta literatura, resulta ser una variable decisiva en los niveles de densidad democrática y calidad de la gobernanza. Pero la confianza que experimenta el ciudadano de hoy es diametralmente distinta de la del ciudadano del pasado y esa lectura es quizás la que nuestra élite no ha sido capaz de realizar. Hoy la ciudadanía accede a más y mejor educación, está constantemente participando de conversaciones donde los flujos de información y comunicación fluyen libre y bidireccionalmente, tiene mayor conciencia de sus derechos y no duda en alzar la voz frente a la vulneración de los términos de las condiciones del mandato político. Este contexto problematiza el paradigma tradicional de la confianza institucional.

El filósofo Juan Andrés Murillo autor del texto Confianza Lúcida realiza una iluminadora distinción entre confianza ciega y confianza lúcida. Mientras la confianza ciega opera con una lógica de cheque en blanco, desde una posición ciudadana acrítica hacia las autoridades y las instituciones, la confianza lúcida exige y demanda trabajar la transparencia y entenderla como un continuo en el proceso de consolidación institucional, donde sin idealizar un lugar de certezas absolutas, mandatados y mandatarios son copartícipes del establecimiento de deberes, garantías, responsabilidades, límites, respeto y auto-cuidado.

No trabajar y avanzar hacia instituciones más abiertas, con niveles adecuados de transparencia e inclusividad, es permanecer -o descansar- en el mundo de la confianza ciega en nuestras actuales instituciones. Por el contrario, debemos ser lúcidos en no desconocer que los atributos de confianza y credibilidad serán los rasgos políticos más demandados por ciudadanos que aún quieren creer que se puede salir de actual crisis de descomposición institucional.

 

Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Sociedad y Política de LyD, publicada en Voces La Tercera.- 

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