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Segundo tiempo del gobierno

Voces La Tercera

JORGE RAMIREZ 2014En la acción gubernamental se debe cumplir con la premisa básica de que exista un mínimo de correspondencia entre la agencia y la estructura. Es decir, una sintonía entre el comportamiento de los agentes individuales -que en política determinan el peso específico de las correlaciones de fuerzas-, versus un soporte estructural que demarca el campo de acción y orienta las líneas políticas de los agentes.

En un sistema hiperpresidencialista como el nuestro, la estructura viene dada por el Ejecutivo, representado en la figura del Presidente de la República, quien en materia de interacción en el nivel agencia/estructura, no sólo es jefe de Estado y de gobierno, sino que también jefe de coalición. Es decir, coordina la acción de los partidos y sus cuadros legislativos (los agentes).

El problema de fondo ante la emergencia de la tesis del segundo tiempo, basada en el “realismo sin renuncia“, es tan simple como que la agencia no acompaña a la estructura. Basta ver cómo los espacios de poder efectivo del mapa político son controlados por agentes que encarnan sensibilidades que se resisten a la señal de moderación que emana desde el Ejecutivo. Lo anterior no sólo incide en el “afectus societatis” de la coalición, sino que repercute en la eficacia gubernamental, inhibiéndola.

Pero la cuestión se agudiza en el horizonte de expectativas del oficialismo cuando esta tensión se hace presente en todos los temas que marcarán el devenir de la Nueva Mayoría: reforma constitucional, reforma laboral y reforma educacional.

En materia de reforma constitucional parece irrisorio que mientras la señal de la Presidenta fue rechazar la idea de convocar a un plebiscito para iniciar el proceso constituyente, los presidentes de las comisiones de Constitución de la Cámara de Diputados y del Senado -ambos del mismo partido de la Presidenta (PS)-, presentaran al gobierno inmediatamente una contrapropuesta de plebiscito para establecer el mecanismo de la reforma.

En lo que concierne a la reforma laboral, los valorables esfuerzos del ministro Valdés por establecer fórmulas para morigerar el fin del reemplazo en la huelga en las pymes y otras disposiciones que podrían deprimir las ya dificultosas condiciones económicas, colisionan con el ímpetu reformista de los presidentes de las comisiones de Trabajo tanto de la Cámara como del Senado, quienes han señalado que lo anterior constituiría una renuncia inminente e injustificable al corazón de la reforma.

Un último ejemplo está dado por el rechazo a la idea de legislar en la Comisión de Educación del proyecto de Carrera Docente de comienzos de esta semana. Haciendo caso omiso de la vehemente directriz del Ejecutivo de aprobar la idea de legislar, tres de las ocho abstenciones que imposibilitaron la aprobación de ésta fueron de diputados oficialistas: Cristina Girardi (PPD), Rodrigo González (PPD) y Yasna Provoste (PDC). Finalmente el Ejecutivo logró con muchas dificultades revertir aquel resultado en la votación de ayer en la sala. Sin embargo, las heridas del traspié y la falta de coordinación quedarán abiertas al interior del oficialismo. 

El gobierno no sólo atraviesa por una crisis de credibilidad y escepticismo -ratificado en todas las encuestas- respecto de su accionar y sus propuestas de reformas, sino que ahora exhibe señales inequívocas de falta de conducción política para con los propios adherentes. Esta crisis de conducción ya tuvo su momento en el primer gobierno de Bachelet y todos recordamos como culminó: un joven Marco Enríquez rompió filas -recuerde a los “díscolos”- y sepultó toda opción de proyección gubernamental de la por ese entonces Concertación. En política la historia no se repite, pero rima. Y este  parece un camino inevitable si nuevamente la agencia no acompaña a la estructura.

 

Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Sociedad y Política de LyD, publicada en Voces de La Tercera.- 

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