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OJO CON ¿EL ARTE?

El Mercurio

Esta semana, el Centro Gabriela Mistral (GAM) y el Centro Arte Alameda denunciaron que las fachadas de sus recintos habían sido pintadas de color blanco y rojo sin mediar aviso ni autorización alguna, cubriendo expresiones, imágenes y dibujos que, en su mayor parte, eran vulgares y transmitían mensajes de odio y violencia política. Molestos, los representantes del GAM declararon que “Como centro cultural, creemos en la integridad del arte en todas sus formas de manifestación. Condenamos este hecho que vulnera a nuestra institución, nuestra libertad y borra parte de la historia que Chile estaba escribiendo”. Por su parte, el Centro Arte Alameda señaló “que esta higiene visual (de quienes pintaron sobre los vulgares y violentos rayados) ejerce una violencia simbólica. Creemos que las expresiones de todos son importantes, el arte era la luz en esta zona de muerte”. A su vez, se declararon contra la censura.

¿Estaremos viviendo en el mundo al revés? ¡Claramente! Cual Alicia en el país, pero de las pesadillas, no solo estamos siendo testigos y víctimas de la locura que significa que el Estado en su conjunto esté pasmado y paralizado ante la violencia más extrema -cuyo único objeto, claro y preciso, es derrocar a un Presidente democráticamente electo y echar por tierra el Estado de Derecho y la institucionalidad vigente-, sino que, además, tenemos que soportar, con desconcierto e irritación, como descomunales y pomposos eufemismos y sofismos se toman la realidad al punto de absorberla.

Y es que creo que para evitarnos el mal gusto de lo que sería un acto de franqueza extrema (como sería reconocer abiertamente que esta nueva expresión callejera, de “higiene visual”, los desconcierta y exaspera pues empatizan con la insurrección, o sus razones y por qué no, con sus medios), los centros culturales recurren, a mi juicio, a un sofismo: nos dicen que lo que aquí se ha puesto en riesgo es la integridad del arte, que debe ser preservado en todas sus formas de manifestación, y que el “arte” –tapado por la expresión callejera siguiente, que vaya uno a saber por qué razón no es otra forma de arte para los centros culturales- era una “luz” en esta zona de muerte.

¿Luz? ¿Es en serio? ¿Cómo pueden ser catalogadas de luz expresiones que, aun cuando adornadas y coloreadas en los muros de estos centros culturales, manifiestan extrema violencia, odio político y vulgaridad contra la institucionalidad vigente? ¿Cómo es que solo califica como un hecho condenable el haber pintado encima de los violentos mensajes de la insurgencia, mas no estos últimos que tampoco fueron autorizados inicialmente por los centros? Bueno es que así están las cosas en el mundo al revés en el que nos quieren hacer vivir. En ese mundo en que se adorna, y a ratos se atiborra hasta el hartazgo, la realidad, con mucha poesía, rodeo, velo y bastante superioridad moral, para transformarla en otra; una en que las manifestaciones gráficas altamente soeces, completamente irrespetuosas con la institucionalidad del Estado y en que se llama abiertamente a ejercer actos de violencia extrema contra las autoridades del país, se catalogan de arte que ilumina (y no opaca amarga e inexorablemente) la zona de muerte. En el Chile que cambió, es solo el acto de “higiene visual” el que restringe la libertad ¿Y los rayados anteriores no lo hacían? ¿La libertad de quien? En el caso del GAM, que recibe recursos públicos, sería más que pertinente que explicaran lo que entienden por libertad, porque si ello significa dar rienda suelta a violentas expresiones subversivas y antidemocráticas, muchas de ellas altamente perturbadoras, que también fueron efectuadas sin autorización, yo al menos como contribuyente exijo una explicación.
Y, en realidad, exijo más que eso. Yo no estoy por conceder que, en nombre del arte callejero y la cultura, se dé luz verde a campañas fascistas que buscan identificar a un enemigo único (la institucionalidad, encarnada en el Presidente) y atacarlo bajo un método de contagio en que se le cargan, bajo transposición, todos los errores y fallas existentes, incluso los de los propios atacantes, y en las que priman la vulgarización y exageración orquestada, bajo ideas pegajosas y repetidas hasta la saciedad, para convencer a muchos y crear una impresión de mayoría. Exijo que la institucionalidad democrática despierte del letargo y actúe pues si no lo hace la violenta insurrección arrasará con la democracia y la libertad, y lo hará bajo un estruendoso aplauso, como dijo un personaje de una afamada saga de George Lucas.

 

Columna de Natalia González, Subdirectora de Asuntos Jurídicos y Legislativos en El Mercurio.-

 

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