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Con dientes y uñas

El Libero

El debate presidencial de Anatel realizado el lunes se percibe como una de las últimas instancias importantes de la campaña. Si bien los candidatos marginales que ni siquiera aspiran a obtener el 1% de los votos lo concibieron como un escenario apto para la diatriba —y algún otro, MEO en particular, efectuó un ejercicio que mezcla el narcicismo con el ataque personal—, en definitiva el debate parece no haber logrado mover la aguja de las preferencias del electorado. Y esto porque  quienes más tenían que ganar —Alejandro Guillier, Beatriz Sánchez y Carolina Goic— perdieron su oportunidad.

Guillier, sin errores notorios y con cierta habilidad comunicacional, no puede esconder la falta de energía y entusiasmo de su candidatura, que a fin de cuentas no tiene una propuesta distinta a la del actual gobierno. Sánchez parece incómoda, sin manejar bien un libreto que ella no escribió, y no es capaz de dotar de contenido a sus propuestas ni de responder las inquietudes que nacen a partir de ellas. Goic, pudiendo beneficiarse de la moderación de sus posiciones, no entusiasma con su tono monocorde ni logra explicar por qué, si apoyó todas las reformas de Bachelet, ahora levanta una alternativa.

Pese a que los dardos de MEO no se dirigen en particular contra Beatriz Sánchez, sino más bien contra Piñera y Guillier, en definitiva su acción termina por perjudicar a la candidata del Frente Amplio, pues le disputa el electorado de la izquierda extra sistema.

Así las cosas, Sebastián Piñera, con una actuación correcta, sin brillar ni cometer errores, cumplió el objetivo de cualquier corredor que lleva una amplia ventaja cuando quedan pocos metros para terminar la carrera, mientras que Alejandro Guillier no consiguió acortar la distancia que lo separa del puntero. Lo que queda para adelante, entonces, dada la incapacidad de los otros candidatos para posicionarse como opciones válidas frente al electorado, es todo sobre Piñera.

Esto ya empezó a mostrarse en el debate, donde los otros candidatos —con cualquier pretexto, y a veces con ninguno— se referían a Sebastián Piñera criticándolo e ignorando, simplemente, las preguntas dirigidas a ellos.

La consigna parece ser hoy día meter miedo, campaña del terror, a los empleados públicos con los supuestos despidos que se producirían si es que Piñera llega a La Moneda. Ya en el debate, dos de los periodistas insistieron en este tema con preguntas al candidato de Chile Vamos. La peligrosa lógica que se instala con este escenario es que, sencillamente, no se pueden realizar recortes al gasto público. Como los candidatos, por otra parte, incluyen en sus programas muchas medidas que significan gastos adicionales, estamos frente a un estado de cosas que hace crecer indefinidamente el gasto público, como en Brasil, como en Argentina, alimentando crisis fiscales y corrupción.

Alejandro Guillier, o sus asesores, han entendido esta estrategia y se han subido rápidamente a ella. Ha declarado el senador: “Prepárense todos, porque si la derecha gana será la persecución más brutal”.

Lo cierto es que estamos frente a una estrategia desesperada. Ninguna proposición, nada que mostrar; tampoco convencer ni ilusionar. Sólo atacar, sin ninguna sujeción a la verdad ni a los hechos. Hace ocho años Piñera asumió el gobierno y, pese a tratarse de un cambio de coalición política, no despidió más gente que la propia Michelle Bachelet en su primera administración, luego del período de su correligionario Ricardo Lagos.

Por eso, no se extrañen si arrecian las preguntas sobre este tema. Los operadores políticos se aferran al poder y tienen redes que los protegen, por eso dramatizan lo que debiera ser normal en una democracia, cual es la alternancia en el poder. Porque en varias reparticiones han capturado el Estado para sus propios fines y no para cumplir las tareas propias del servicio público. No han venido a servir, sino a servirse del aparato público para beneficiar a amigos, parientes y correligionarios. Ellos son los únicos que tienen algo que temer, y por eso se defienden con dientes y uñas.

En cambio, los servidores públicos que trabajan profesionalmente en sus tareas no tienen nada que temer.

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.- 

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