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¿Es de temer el Brexit?

El Mercurio

Dos son las mayores preocupaciones tras el inesperado triunfo del llamado Brexit, el voto británico contra la Unión Europea. Una es que haya sido herida en el ala la globalización, ese potente motor de progreso mundial que nos legó la segunda mitad del siglo pasado. La otra es que la incertidumbre creada paralice la marcha de las grandes economías y nos precipite a una nueva crisis.

Desde luego, sería muy grave para Chile -país exportador- que los mercados más vastos y ricos del mundo terminaran cerrando sus fronteras y dando la espalda al libre comercio. Los ribetes xenófobos y proteccionistas de la campaña por el Brexit causan explicable alarma. Su éxito electoral -así como el del populista Donald Trump en las primarias de los EE.UU.- algo debe a los sinsabores de una economía globalizada. La irrupción al mundo desarrollado de los productos fabricados en China y otras economías emergentes, así como levanta a sus trabajadores de la pobreza, deprime los sueldos de los obreros industriales norteamericanos o británicos, que enfrentan ahora una competencia más ardua. Las campañas populistas han sabido explotar el malestar que ello trae. Pero es impensable que sus ciudadanos deseen renunciar a las comodidades y deleites que les han conseguido los mercados abiertos y libres, tales como los Iphones producidos en China o la fruta y el vino chileno.

No fue el libre comercio el principal blanco de la campaña del Brexit, al cual algunos de sus promotores adhieren con entusiasmo, sino la libre inmigración al interior del mercado común. El Reino Unido -uno de sus socios más prósperos- ha recibido una enorme inmigración de trabajadores que huyen del desempleo, los impuestos, la burocracia y la falta de horizontes de la periferia europea. Aunque ello puede favorecer la expansión económica británica, arrebata empleos y provoca resentimiento entre los locales. La Unión Europea -que se gobierna por decisión conjunta de sus 28 miembros- no previó que la rigidez de sus mercados laborales y la inflexibilidad monetaria que impone el euro exacerbarían los flujos migratorios. El Brexit no es una extravagancia inglesa, o un mero error de cálculo de su gobierno. Refleja una falla de fondo en el modo en que la Unión Europea se gobierna; el remezón bien podría desencadenar los cambios necesarios.

Mientras tanto, el temor es que un divorcio largo y conflictivo no solo paralice la actividad económica en Inglaterra, sino que dañe al continente entero, actor clave de la economía mundial. Pero ello es algo que los bancos centrales pueden perfectamente neutralizar. Por de pronto, es muy probable que EE.UU. ahora posponga por un buen tiempo más la temida alza de sus tasas de interés, el mayor riesgo que se cernía sobre las economías del Asia y América Latina. Por eso, en los últimos días sube el cobre y cae acá el dólar. En medio de las tribulaciones europeas, las economías emergentes parecen recuperar su encanto. Tal vez el Brexit ponga fin a la mala racha que nos ha azotado.

Columna de Juan Andrés Fontaine, Consejero de Libertad y Desarrollo, en El Mercurio.-

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