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Los héroes están fatigados

El Libero

Luis Larraín A.Hasta hace unos años, era frecuente escuchar que la Concertación había sido la alianza más exitosa de la historia política de Chile. Veinte años de gobierno con un récord en materia de crecimiento económico a partir del año 1990 y una significativa reducción de los índices de pobreza avalan esa frase.

La clave de ese proceso fue transformar gradualmente el modelo de modernización capitalista heredado del gobierno militar en una sociedad de carácter más bien socialdemócrata, luego de dos gobiernos con presidentes socialcristianos seguidos por un socialista renovado que gustaba mirarse en la imagen de Felipe González. A ellos siguió el primer gobierno de Michelle Bachelet, quien pese a militar en un socialismo más de izquierda, moderó esa tendencia por la presencia de un ministro de Hacienda como Andrés Velasco, quien también responde a una raíz socialdemócrata.

La gran renovación del socialismo consistió en dejar de lado, por estúpida, la noción de que había que reemplazar el modelo de producción basado en empresas privadas por uno en que la propiedad sería estatal o “social”, lo que se lograba expropiando el patrimonio a quienes poseían la riqueza. El fracaso de ese modelo era tan patente, recién había caído el muro de Berlín en 1989, que los socialistas debían buscar otros derroteros.

Los objetivos de mayor igualdad y control de las decisiones de las personas desde el Estado, viejos ideales socialistas, debían conseguirse por otra vía: la gradual expropiación de los flujos generados por la empresa privada.

Mucho más inteligente: los privados producen, pues son más eficientes en ello y el poder político les cobra más impuestos e introduce más regulaciones, de manera de modelar en definitiva la sociedad a su gusto.

El modelo funciona con una condición: que la expropiación de flujos sea gradual y moderada, pues en algún punto (nivel de carga tributaria y regulatoria) ya lo que se colecta comienza a decrecer, pues la producción empieza a declinar porque se afectan los incentivos para trabajar. Ese umbral es el que superaron los estados de bienestar europeos, lo que aún tiene a ese continente tratando de recuperarse de su crisis económica.

Algo de eso empezó a suceder en Chile, y en el primer gobierno de Bachelet el país creció apenas al 3,3%.

La pérdida del poder a manos de Sebastián Piñera llevó a la izquierda a revisar esto de que la Concertación había sido la alianza más exitosa. Para algunos no podía serlo, si permitía que la derecha llegara al poder. Por ello, durante ese gobierno la izquierda comenzó una sistemática demolición de la reputación del modelo de sociedad que era Chile. Sus arietes fueron la desigualdad, los abusos de poder (léase empresarios) y el lucro desmedido. Todos ellos elementos presentes en Chile, es cierto, pero en menor medida que hace 5, 10 o 20 años atrás, por lo que su súbita visibilidad no fue espontánea.

Y luego vino la Nueva Mayoría, expresión política de quienes debían transformar radicalmente este país que ya no nos gustaba tanto; todo ello bajo las faldas de Michelle Bachelet, que podía, dada su popularidad, albergar casi cualquier cosa, entre ellas el Programa, un panfleto con radicales reformas a la sociedad chilena.

Y así los héroes de la Concertación se transformaron en villanos, y desaparecieron de la vida política de la Nueva Mayoría.

El fracaso estrepitoso del gobierno de Bachelet, no obstante, no ha significado un renacimiento de la Concertación. De hecho, los ministros Burgos y Valdés, dignos herederos de los antiguos héroes devenidos en villanos, a más de un mes de asumir sus importantes funciones, no parecen tener respaldo político suficiente para virar el curso del gobierno. Los partidos de la coalición no los apoyan.

En cambio, un grupo organizado de políticos, desde el PPD y el Partido Comunista y con el apoyo de los Boric, los Jackson y unos cuantos más, continúan, en medio de la confusión del gobierno, empujando una agenda radical de cambios, especialmente en materia de educación.

Todo esto configura un cuadro inquietante: ya no existe izquierda moderada en Chile. La socialdemocracia se quedó sin expresión política en la alianza gubernamental.

Si este gobierno continúa su senda, tendremos probablemente un par de años con una economía muy débil, lo que alentará el descontento ciudadano.

Con una centroderecha que aún no se ha articulado y un centro que continúa con problemas de identidad, ello puede ser pasto para populistas. Chile necesita que vuelvan a articularse las fuerzas que permitieron su progreso en los últimos 30 años.

 

Columna de nuestro Director Ejecutivo, Luis Larraín, publicada en El Líbero.-

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