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NUESTRA PROPIA TRAMPA DE INGRESO MEDIO

La Segunda

A continuación reproducimos la columna de Francisco Klapp, investigador del Programa Económico, publicada en La Segunda:

 

 

Al acercarnos a los US$ 20.000 de ingreso per cápita –lo que seamos honestos, per se no significa mucho-, se escucha una y otra vez, con más o menos solemnidad, y desde  distintos sectores, que debemos tener cuidado con la “trampa de los países de ingreso medio”, un concepto originalmente introducido en 2007 en un estudio para el Banco Mundial, que hace referencia a la declinación de las tasas de crecimiento históricas, que llevaron a un país a tener un ingreso medio,  y que le  impiden dar el salto hacia el grupo de los países de ingreso alto.  Alejandro Foxley en su libro de 2012  “La Trampa del Ingreso Medio. El desafío de esta década para América Latina” plantea, a mi parecer de manera muy acertada, que serían cuatro los elementos principales de dicha trampa: problemas de competitividad, productividad y falta de dinamismo de las exportaciones como motor del crecimiento -por falta de diversificación de productos y destinos-; debilidad de las redes de protección social; fallas en el mercado laboral y en la formación de capital humano; e instituciones frágiles o ineficientes.

Ahora, si bien uno puede estar más o menos de acuerdo con algunos detalles y sutilezas de la pertinencia de estos cuatro elementos, éstos parecen a todas luces razonables,  y  en el caso particular de nuestro país, distan de ser un llamado a reformar completamente  el  -mal llamado- modelo, sino a trabajar en fortalecer las instituciones, apoyar el emprendimiento, flexibilizar el mercado del trabajo y fomentar la adquisición de capital humano, entre  muchas otras profundizaciones a las reformas liberales del pasado.

Lamentablemente, en Chile pareciera que tenemos nuestra propia trampa de ingreso medio y nos quedamos con esta primera noción de que la única forma de seguir avanzando es cambiando todo aquello que ha resultado exitoso en el pasado. Se plantean ideas, y esto de manera casi transversal, tales  como que a menos que el Estado “apueste”  por un conjunto de sectores y profesiones, que sólo los iluminados pueden determinar, estaremos condenados al estancamiento. Los más extremos incluso suponen que la democracia liberal, con sus pesos y contrapesos, se ha agotado y que las calles y el asambleísmo son la única garantía de una democracia representativa.

A veces incluso olvidamos lo básico; creemos que basta con desear las cosas y  caemos en  el voluntarismo, con consignas como educación “gratuita” para todos, la que es una falacia, pues las cosas nunca son gratis y alguien siempre las paga, ya sea hoy a través de transferencias entre ciudadanos, por medio de la gracia del Estado, o nuestros hijos a través de la acumulación de pasivos, como bien saben hoy por hoy en los estados mediterráneos de Europa. Dejamos atrás identidades básicas de la economía, como que para crecer hay que invertir y para invertir hay que tarde o temprano ahorrar, y  que el crecimiento -al menos hasta alcanzar el desarrollo- viene aparejado de una mayor demanda energética, la cual debe de algún modo ser generada.

A todo lo anterior súmesele un descredito por la actividad empresarial y privada, dejando de lado que la creación de riqueza radica en las personas, su creatividad, su libertad y su responsabilidad, y se tiene una combinación ideal para detener el crecimiento.

No nos equivoquemos, sin duda hay muchas cosas que mejorar en nuestro país, pero  la verdadera trampa que hoy enfrentamos es sucumbir a las presiones y olvidar cómo hicimos para alcanzar el liderazgo de la región, aceptando a ciegas que es necesario echar a la basura todo lo que en los últimos 30 años se ha construido y aprendido.

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