La valiente prudencia de Patricio Aylwin

La muerte del ex Presidente de la República, Patricio Aylwin, a los 97 años de edad, viene a poner fin a la vida justa de un hombre bueno. Su vida familiar, su largo matrimonio con doña Leonor, mujer particularmente distinguida, inteligente y su fiel compañera de años, los estrechos vínculos de una familia inusualmente sólida, son testimonio de ello en el ámbito personal.

Pero obviamente Patricio Aylwin fue un hombre público a quien le tocó participar en forma decisiva en los momentos más álgidos de nuestra historia reciente y seguramente por ello será recordado en la posteridad.

No es el ánimo de este breve homenaje escribir su biografía, si no simplemente recordar algunos momentos señeros de su participación en instancias claves de nuestra historia.

Cada cual estará en mayor o menor acuerdo con sus conductas e ideas políticas, pero sería difícil encontrar en su trayectoria una traición a ellas, pues fue siempre un político íntegro y coherente.

La transición política desde un régimen militar autoritario a la democracia fue un éxito universalmente reconocido y es todavía un caso de estudio como modelo de un cambio pacífico sin precedentes. En retrospectiva, sin embargo, la tarea llevada a cabo ha perdido algo de su dimensión épica, sus complejidades e incertezas, sus riesgos y sus miedos. Y es que hoy es fácil mirar atrás y dar por descontado un resultado feliz. Pero en esos meses antes, durante y después del plebiscito de 1988 nada parecía fácil y vivíamos en una completa incertidumbre.

Con ocasión del programa “De Cara al País”, conversábamos con Raquel Correa como íbamos a enfrentar ese día 5 de octubre. ¿Qué iba a pasar? ¿Qué sucedería si triunfaba el gobierno? ¿Cuál iba a ser la reacción del partido Comunista, hasta entonces empeñado en la vía violenta y la resistencia por las armas? ¿Qué iba a pasar si ganaba la oposición? ¿Iba el gobierno a  aceptar su derrota y reconocer los resultados cuando, al parecer, no había contemplado ni por un minuto un escenario como éste? ¿Quien se iba a tomar las calles? ¿Cómo íbamos a volver solas a nuestras casas en la madrugada después de la transmisión?

Y ahí, tras la memorable jornada electoral, en la cual todos defendimos la integridad del proceso más que el resultado preferido, vino esa noche, en cámara, eso que alguien llamó el “más conmovedor acto litúrgico republicano”: el abrazo de don Patricio Aylwin y Don Sergio Jarpa y la primera aceptación pública en la televisión chilena del triunfo de la Concertación. Y ahí nace el surgimiento de una confianza nueva respecto a la posibilidad de un futuro de paz para Chile. Y al país le entró el alma al cuerpo. Y volvimos a nuestras casas por calles desiertas y tranquilas y con una inmensa serenidad en el alma.

Traigo esto a colación para recalcar que la tarea que un año más tarde emprendió don Patricio Aylwin como el primer presidente democrático tras 16 años de dictadura no fue para nada fácil y sus logros no deben ser minimizados. Ha pasado a ser una consigna de moda, sobre todo en los partidos de extrema izquierda, desvalorizar, si no anatemizar, la filosofía de ese primer gobierno democrático de avanzar en los distintos frentes “en la medida de lo posible”, olvidando así que la esencia de la democracia es precisamente ésa y que la prudencia puede ser la mejor demostración de coraje y por cierto, no es lo mismo que la intimidación.

Según Robert Dahl, no puede haber una transición democrática pacífica si no se garantiza una suerte de continuidad esencial en la legitimidad del gobierno que deja el poder y el que adviene: si hay vencedores y vencidos lo más probable será una salida violenta, una revolución,  y no una transición en paz.

Las tareas que Aylwin debió emprender eran sorprendentemente desafiantes: restaurar la subordinación del poder militar -con Pinochet como Comandante en Jefe- al gobierno civil; instaurar las bases de una reconciliación cívico militar y de la amistad cívica esencial entre gobierno y oposición, sin la cual sencillamente no hay actores para una vida democrática; y avanzar sostenidamente, a través de la Comisión Rettig, en la búsqueda de verdad, justicia y reparación a las víctimas de violaciones de los derechos humanos.

Tanta sabiduría como en estos temas mostró el Presidente Aylwin en materias de organización económica. Contrariando sus propias intuiciones, sus propias preferencias y seguramente su propia sensibilidad, decidió continuar -y solamente porque estimó que así lo aconsejaba el bien común- con el sistema de economía de mercado que tantos beneficios había traído al país para el crecimiento económico y la consiguiente reducción de la pobreza. Con ello, no solamente mantuvo los logros ya avanzados, sino que, al igual como lo harían gobiernos sucesivos de la Concertación, incrementó el producto y profundizó el proceso de apertura de la economía chilena al exterior, dándole al sistema la legitimidad y la aceptación de la comunidad internacional,  de la cuales había carecido bajo la dictadura.

En estos tiempos en que al parecer regresamos al peligroso camino de los proyectos globalizantes y totalizantes, al margen de cualquier realismo político, sin intentar acuerdos y consensos sobre temas tan fundamentales como la Constitución que nos va a regir, cuando se impone a raja tabla la voluntad de la mayoría, incluso en desmedro de los derechos de las minorías, cuando se nos amenaza con la ruptura radical con todo lo ya construido, ¡qué añoranza produce esa valiente prudencia del Presidente Aylwin!, quien “en la medida de lo posible” fue logrando cada uno de los objetivos que la Concertación como un todo (obviamente sin el Partido Comunista, que no era parte de ella) había diseñado para lograr el éxito de la transición. Con ello sentó las bases para 25 años de prosperidad y estabilidad política. Y por ello con él tenemos todos los partidarios de la democracia, una deuda de gratitud.

 

 Por Lucía Santa Cruz, miembro del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo.-