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Réquiem por la democracia representativa

El Mercurio

Para explicar que las mayorías no pueden ser omnipotentes en todos los ámbitos, alguien dijo: 'No podemos tener a 5 lobos y una oveja votando qué se va a almorzar ese día'. En estos tiempos, yo, al igual que muchos que no comparten la ideología de la mayoría de la Convención Constitucional, nos hemos sentido como ovejas entre lobos: probablemente nuestras vidas no están en juego, pero sí lo están los valores y principios fundamentales de nuestras concepciones morales, filosóficas y políticas.

Niall Ferguson afirmó que los países pueden ejercer su derecho a ser estúpidos y a cometer harakiri. La verdad es que los países no mueren, pero sí pueden tomar el camino al despeñadero y abandonar todas las instituciones propicias al progreso de la civilización y al florecimiento material y espiritual de los pueblos, para retornar a la oscuridad de la tiranía y la autocracia que la modernidad ha permitido, solo a veces y en algunos lugares, dejar atrás.

La Convención avanza hacia formas de organización sin precedentes y está diseñando, a veces con muy poca coherencia o rigor, instituciones que, de aplicarse, auguran un futuro que será anatema para el gran porcentaje de la población que aspira a mantener los fundamentos de la democracia. Posiblemente otros, que hoy no prevén las consecuencias de estas disposiciones, pero cuando ya sea tarde, también se unirán al contingente de los disidentes.

La historia demuestra que cuando los países son arrasados por estos tsunamis políticos refundacionales es poco lo que las minorías pueden hacer, y solo les queda la remota esperanza de llegar a ser una mayoría a tiempo. ¿Tenemos ese tiempo para cambiar el equilibrio de opiniones? Eso, por lo menos, es muy dudoso. Lo que sí pueden hacer es crear conciencia de qué es lo que se está sepultando en este experimento constitucional. Y lo que se está enterrando es nada más y nada menos que la democracia representativa.

La democracia occidental sufre tensiones en todo el mundo, pero empíricamente sigue siendo el único sistema político que garantiza el ejercicio de las libertades civiles. Los intentos de democracia directa sin verdadera representación —ya sea con mandatos revocables, referendos, plebiscitos, instrucciones vinculantes a los representantes, iniciativas populares de ley con imperio— eliminan la deliberación y la negociación, polarizan y generalmente devienen en autoritarismos, aunque nazcan de procesos electorales.

De los enunciados de las comisiones (aunque no enteramente en el pleno) se deducen, en primer lugar, el fin de la República de Chile y su sustitución por la creación de múltiples 'naciones' indígenas, con territorios autónomos (incluida la tuición sobre las actividades económicas que en ellos se puedan realizar), con sistemas de justicia diferenciados, participación obligatoria en todos los organismos del Estado, y privilegios que ponen fin a la igualdad ante la ley, que es el pilar de las democracias modernas. En segundo lugar, implican una ampliación de las esferas que pueden ser sometidas a las mayorías, privando, por ejemplo, a los padres de su derecho preferencial a la formación de sus hijos. Además, concentran el poder económico, cultural, político y social en manos del gobierno, eliminando los equilibrios y contrapesos propios del constitucionalismo democrático; y ello debilita todas las defensas que las personas tienen contra el abuso del Estado e impide el ejercicio pleno de las libertades de culto, de expresión, de asociación, de propiedad y de emprendimiento. Finalmente, a través de varios preceptos limitan gravemente la independencia del Poder Judicial. En definitiva, al pretender ser una 'democracia sustantiva', con contenidos ideológicos específicos, no permitirá el pluralismo, el disenso, ni la alternancia en el poder.

 

Columna de Lucía Santa Cruz, Consejera, publicada en El Mercurio.-

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