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Economía 2021: despejando incertidumbres

El Mercurio

Las personas y sus organizaciones, empresas o gobiernos, necesitan visualizar qué les depara el futuro económico para planificar mejor sus propias decisiones. Sin embargo, como en todo sistema complejo que surge de la acción individual de muchas partes, predecir el futuro está sujeto a innumerables errores.

Las proyecciones que hace un año se realizaron sobre el 2020 quedaron obsoletas y sus autores humillados con la sorpresiva aparición del virus que dio origen al Covid-19. Ningún pronóstico estuvo cerca de visualizar lo que sucedió en la economía.

Es posible que la realidad vuelva a sorprendernos, para bien o para mal, con algo dramáticamente inesperado. Pero a pesar de ello, es siempre conveniente hacer el ejercicio de mirar al futuro e imaginarnos su trayectoria. La principal incertidumbre de la que hoy tenemos conciencia es cómo se  desarrollará la pandemia en los meses que vienen. Ello es válido tanto para la economía mundial como para la chilena, e intentaremos comprenderlo mejor antes de aventurarnos en hacer una apuesta sobre el devenir de la economía el 2021.

Todos los días las noticias nos bombardean con información acerca de la pandemia. El número de fatalidades diarias, grado de saturación de los hospitales, el número de contagiados, surgimiento de variantes nuevas del virus de propagación más fácil o posibles cambios en su letalidad. Aparecen casos anecdóticos de efectos serios en grupos etarios nuevos -niños y adolescentes– que hasta ahora habían sido poco afectados.

A ello se suma que desde hace algunas semanas hay una avalancha de información sobre las vacunas con las que ya algunos países han avanzado en inocular a su población, con descripciones sobre las dificultades logísticas para llevar adelante sus planes y destacando casos puntuales de supuestos efectos negativos, incluso fatales, entre quienes las reciben. Aumentan la confusión las informaciones diarias sobre nuevas restricciones a la libertad de las personas en distintos países y en diferentes regiones de Chile.

¿Cómo lograr darle sentido a todo ese cúmulo de datos para poder proyectar un futuro plausible para la economía el 2021?

En este ejercicio de análisis, conviene recordar dos aspectos. El primero, es que el devenir social y económico depende del contacto entre personas. Por otro lado, nos encontramos frente a un virus respiratorio ante el cual parte importante de la población es susceptible, que se transmite fácilmente, presenta consecuencias graves para algunos y además puede saturar los servicios de salud.

¿Cómo compatibilizar esas dos realidades contradictorias? ¿El devenir económico y social que requiere contactos entre personas y la detención de la transmisión del virus que requiere que no los haya? En una primera etapa y con distintos grados de coerción estatal se buscó disminuir la movilidad de las personas. Los países con una raigambre más totalitaria recurrieron a medidas más coercitivas y aquellos que, conforme a su tradición, entienden al gobierno como un servidor del pueblo, procuraron promover el autocuidado, explicando y facilitando que los individuos se autoprotegieran. Finalmente, por una u otra vía todas las sociedades han sido seriamente afectadas.

Se suponía que esas medidas de corto plazo darían tiempo para preparar e invertir en los sistemas de salud y para desarrollar vacunas que permitieran que parte importante de la población dejara de ser susceptible, o que, en caso de enfermarse, la evolución de la enfermedad fuera más benigna.

Hay claros indicios de que podemos ser optimistas y proyectar un retorno paulatino al ritmo de progreso perdido. Unos lo harán más rápido que otros, China y EE.UU. parecen estar en ese camino. Desgraciadamente entre los países en desarrollo más de alguno será capturado por ideologías obsoletas y se estancará por largo tiempo. Es indispensable que Chile no sea uno de ellos.

¿Cuáles son esos indicios de optimismo? Por un lado, por cansancio de la población y por aprendizaje de los gobiernos, las medidas de control de movilidad no están dañando tan duramente a la economía como a principios del año pasado. Si bien los servicios, especialmente si requieren contacto social, están muy afectados, ese no es el caso de las manufacturas y el comercio.  La caída del producto debido a las nuevas restricciones en estos meses son mínimas comparadas con lo que ocurrió en el primer semestre del 2020.

Por otra parte, las vacunas -varias y no solo una- son una realidad. Con nuevas tecnologías, la de Moderna fue desarrollada en 2 o 3 días luego de conocerse el código genético del virus. El resto del tiempo se destinó a obtener su aprobación. Aun cuando se utilizó una vía de excepción ello requirió casi 10 meses. Conociendo lo que hoy sabemos ¿A cuántas personas pudo haber salvado si se aplicaba antes? Ese es el dilema de todo sistema político, que es frecuentemente castigado si autoriza algo que genera algún daño, pero que nada le sucede si impide que se produzca un beneficio mucho mayor.

Con las vacunas no desaparecerá el virus, simplemente gran parte de la población no será susceptible y los que lo sean tendrán una evolución menos grave. Es cierto que hay problemas logísticos y operativos, pero no hay excusas para no actuar aceleradamente, inoculando a los grupos que sabemos pueden sufrir casos más graves. Ello no solo permitirá que el progreso vuelva sino también a evitar nuevas fatalidades.

Hoy el Reino Unido, Israel y Los Emiratos parecen ser los más adelantados. El primero con dos millones de personas vacunadas a la semana -aún con la presencia de la variante más contagiosa como dominante- en menos de 30 semanas alcanzaría la inmunidad de rebaño. Pero si se protege a los más vulnerables en forma prioritaria, antes de esa fecha las personas podrán volver a vivir sin miedo. Israel por su parte, en diez días más tendrá a 2,5 millones de personas con las dos dosis correspondientes, ello sobre una población total de 9 millones.

En EE.UU, aun cuando hay estados sumidos en discusiones ideológicas sobre a quién vacunar primero y están atrasados en utilizar las dosis de las que hoy disponen, otros avanzan rápidamente. En síntesis, en el mundo desarrollado el Covid-19  debiera ser, a fines de este año,  uno más de los virus que conviven con nosotros, afectando a algunos, pero sin impedir el funcionamiento de la máquina de crear bienestar que es la economía.

Chile debiera seguir el camino de los países desarrollados y beneficiarse además del rebote económico que estos tendrán. El mundo crecerá este año por sobre el 6,5%, lo que no se veía desde hace décadas. Si bien el gobierno de Biden parece embarcarse en decisiones regulatorias que a larga entorpecerán el progreso, en el corto plazo su voluntad de expandir aún más el gasto federal favorecerá la recuperación. China por su parte ya alcanzó su ritmo pre pandemia.

El cobre elevado, el petróleo contenido y las bajas tasas de interés pueden catapultar una expansión económica notable en el país. Existen, eso sí, dos requisitos para que ello ocurra. Primero, es necesario que los líderes eviten entramparse en las discusiones políticas que aflorarán naturalmente a causa de las múltiples decisiones electorales de este año. En segundo término, las autoridades de salud deben avanzar con rapidez y efectividad en una campaña de vacunación que proteja a la población de las consecuencias más graves del virus.

El Producto Bruto Interno disminuyó cerca de un 6% en Chile el 2020. Las buenas condiciones externas que se prevén y una campaña efectiva de vacunación, debieran permitir que el 2021 a lo menos se recupere lo perdido el año pasado.

 

Columna de Hernán Büchi, Consejero de LyD, publicada en El Mercurio.-

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