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Me rebelo

El Mercurio

Llevamos meses de disrupción de la normalidad. La falta de predictibilidad y de seguridad han llenado todos los espacios. Desde el 18 de octubre de 2019 los grados de confianza y certeza, que por cierto nunca son absolutos, se han desplomado. En ocasiones, la incertidumbre afecta nuestro quehacer diario y en otras se proyecta hacia el mediano plazo. Dadas las condiciones en las que se encuentra el país, muchos se preguntan hoy, con más frecuencia que ayer, si será posible conservar el empleo, seguir manteniendo o financiando los emprendimientos, si convendrá endeudarse o si podrán los hijos asistir a clases con relativa normalidad en marzo o nos veremos enfrentados a establecimientos educativos tomados o siendo objeto de masivas funas y actos de violencia que impedirán que se ejerza el derecho a la educación (tal y como en forma descarada, brutal, insensible y a vista y paciencia de todos, unos pocos se lo impidieron a los alumnos que iban a rendir la PSU). Por supuesto, la incertidumbre y el inmovilismo que ella genera provocan efectos en cadena, lo que contribuye a mermar, aún más, nuestras alicaídas expectativas.

Por cierto, la intensidad de la incertidumbre que sentimos es diversa, acorde al clima de violencia y de ingobernabilidad (por parte de todas las instituciones del Estado), pero ella no desaparece. Más triste aun, percibo que hemos empezado a adaptarnos y que hemos dejado de sorprendernos. Como la violencia actual no es la del fatídico 12 de noviembre pasado, muchos estiman que se puede convivir con esta nueva violencia “más espaciada”. Algunos han llegado al punto de agradecer que sea solo un (y no más) atentado incendiario a la semana. Demás está decir que otros avalan y justifican la violencia. Muy triste para Chile.

Frente a esto digo ¡Basta! Me rebelo ante esta tendencia, casi de sobrevivencia, que estamos mostrando por adaptarnos a la anomia para no morir de desesperanza. No tenemos por qué acostumbrarnos, ni menos seguir tolerando la vejación de lo público, el desolador panorama que enfrentan habitantes de diversas comunas del país, ni a que varios líderes de movimientos y políticos, con responsabilidades de Estado, sean irrespetuosos con la mayoría de los chilenos y con la institucionalidad ¡No! Porque desde el momento en que comencemos a acostumbrarnos perjudicaremos a quienes tienen legítimas necesidades y demandas sociales ya que terminarán más vulnerables o empobrecidos si no ponemos freno a la fórmula radicalizada imperante.  Asimismo, no podemos acostumbramos ya que si lo hacemos terminaremos por correr la cerca de lo tolerable hasta acabar en la total anarquía. Lo ocurrido con la PSU no puede ser considerado una más de las anormalidades sucedidas en el país y a las que nos hemos habituado ¡No! No podemos volver a pasar rápida revista a este suceso, como lo hicimos con los atentados al Metro, para plegarnos, de manera apresurada y torpe, al diagnóstico ideológico que cierta parte de la oposición nos impone, con datos alejados de la realidad. Si así lo hacemos seremos uno más de los hipócritas que contextualizan y avalan la violencia en el marco de la demanda social. Debemos exigir que las autoridades, de pé a pá, estén a la altura.

Parlamentarios del Frente Amplio y del Partido Comunista han tildado al gobierno de represor y altivo por querellarse contra quienes impidieron que una generación de jóvenes rindiera la PSU. Nos dicen que apaga el fuego con bencina y que no se hace cargo de las demandas de fondo. En hora buena, el Ejecutivo está dando muestras que no caerá en esta retórica otra vez y que hará valer el imperio de la ley por el bien común. Al mismo tiempo, se comienzan a dar señales, desde el oficialismo, de que será más difícil para la izquierda extrema imponer por la fuerza su agenda ideológica que, a estas alturas, sólo parece afirmarse en la violencia que respaldan.

La política no está para entregarse al infantilismo imperante, impaciente y atrevido con el marco jurídico. El Chile que hemos construido en los últimos 30 años, entre correligionarios y adversarios, no puede llevárselo la violencia, la intolerancia o el egoísmo y oportunismo de unos pocos, así como tampoco la falta de coraje de la política chilena que tiene, nada más ni nada menos, la tremenda responsabilidad de conducir el país. Quienes forman parte del espectro moderado de la izquierda no pueden seguir actuando al compás de quienes buscan la desestabilización total, y quienes fueron elegidos para representar determinadas convicciones no pueden abandonarlas por temor a contradecir el “buenismo” reinante.

 

Columna de Natalia González, Subdirectora de Asuntos Jurídicos y Legislativos de Libertad y Desarrollo, publicada en El Mercurio.-

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