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Mi jefe es un algoritmo

El Libero

A raíz de un interesante artículo publicado en la Revista del Sábado sobre la automatización, me surgió el interés de investigar más sobre ese fenómeno y su efecto en el mercado del trabajo. Después de leer varias publicaciones, me dio sueño y me quede dormido.

En ese sueño, yo estaba a cargo de una empresa que vendía servicios y que tenía atención telefónica a los clientes. Cuando se producía una vacante laboral, el algoritmo ponía un aviso en el diario ofreciendo el puesto de operador de call center e indicaba donde se debían enviar los curriculums de los postulantes. El algoritmo hacia la selección y enviaba un mail al postulante seleccionado. El nuevo empleado se presentaba a trabajar y ya tenía listo su puesto de trabajo con un computador y su cintillo telefónico. En la medida que recibía llamadas y resolvía los problemas de los clientes, el algoritmo lo monitoreaba y le daba recomendaciones tales como hablar más lento o con más ánimo. A final del mes, el algoritmo hacia una evaluación de desempeño y si no es bueno le envía un mail de despido y le transfiere el sueldo pendiente.

Ese trabajador fue seleccionado, evaluado y despedido por el algoritmo. Ese trabajador nunca interactuó con un supervisor humano, ni conmigo. El algoritmo es el departamento de recursos humanos y de control de gestión. Si se tratase de tener este nivel de supervisión usado seres humanos sería imposible, ya que necesitaría un supervisor por empleado. El algoritmo todo lo sabe y todo lo ve.

Pronto desperté y me di cuenta que esto, lejos de ser un sueño, estará en nuestro futuro inmediato y que una vez más la discusión regulatoria está lejos de poner en el debate esta ola de cambio que se nos aproxima sin pedir permiso y que pasará sobre nuestro mercado del trabajo sin pedir perdón.

En la actualidad, el proyecto de ley sobre modernización laboral permite que el trabajador, de común acuerdo, pueda tener mayor dominio sobre su jornada de trabajo, pudiendo llegar a trabajar 4 días y descansar 3, o tal vez reducir el tiempo del almuerzo para irse más temprano, e incluso poder canjear horas extras por vacaciones. Estas reformas, que le entregan la soberanía del tiempo al trabajador, han despertado los reclamos más aireados por parte del mundo sindical y de izquierda, aduciendo que estos acuerdos solo pueden pasar a través de la intervención de un sindicato.

Este rechazo a la flexibilidad laboral me recuerda a Ned Ludd, quien habría sido un obrero textil en Gran Bretaña hace 200 años y que fue despedido ya que un motor a vapor lo reemplazo. Inició el movimiento ludista e incendió, junto a sus seguidores, varias máquinas textiles a modo de respuesta a la revolución industrial y al mundo moderno. Imagino a los actuales contrarios a la modernización del código del trabajo como ludistas protestando desde los bosques, sin lograr percibir que se aproxima una ola de cambio tecnológico que cambiará sustancialmente, una vez más, el mercado del trabajo.

 

Columna de Tomás Flores, Economista Senior de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.-

 

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