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La Haya: el fallo y lo que viene

El Libero

El fallo de la Corte Internacional de Justicia nos sorprendió a todos, por su contundencia en rechazar la demanda boliviana en todas sus partes, por la amplia mayoría con que lo decidieron y sobre todo por el estricto apego al derecho internacional que emana del texto leído por el juez somalí.

Tras la sentencia de la Corte en la cuestión del límite marítimo con Perú habíamos quedado con la sensación de que ese tribunal no fallaba en derecho, sino teniendo en cuenta consideraciones de otro tipo, como la corrección política o la sensación ambiental, inscribiéndose así en la corriente de jueces que basan sus fallos en su particular sentido de lo que es justo y no en las leyes, tratados y otros instrumentos jurídicos que regulan la relación entre las partes. Era difícil interpretar de otra manera el ejercicio de imaginación cartográfica de los jueces en esa ocasión. Lo mismo ocurrió con la objeción de competencia que formuló Chile ante la demanda boliviana. Una suerte de activismo judicial parecía cernirse entonces sobre el derecho internacional, cuyos tribunales nos sometían a la justicia de los hombres y no a la justicia de las leyes, contrariando un principio del liberalismo clásico tan bien plasmado por los padres fundadores en la Constitución de los Estados Unidos. Como lo señaló el juez del Tribunal Constitucional Peruano José Luis Sardón, los jueces debieran acostumbrarse a dictar más fallos con cuyas consecuencias no están personalmente de acuerdo, pues las leyes muchas veces los obligan a ello.

Luego del fallo de la corte en el diferendo entre Colombia y Nicaragua el país sudamericano consideró que se le pedía renunciar a miles de kilómetros cuadrados sin sustento en el derecho internacional. Como lo ha expresado el ex Presidente Santos, la decisión obvia era abandonar el Pacto de Bogotá, que da competencia a La Haya para dirimir diferencias entre los firmantes; decisión que hoy Colombia reafirma, asegurando que no ha tenido costo alguno por haber abandonado el pacto.

En algún rincón de la mente de los jueces puede haber madurado la idea de que el activismo judicial, tan reconfortante para el ego de los jueces, no es en definitiva compatible con el derecho internacional, por la simple razón de que la jurisdicción y el imperio de los tribunales internacionales está limitado por la práctica de ratificación y denuncia de los tratados. Un activismo judicial desatado podría dejar a esos tribunales sin causas. De hecho en Chile se ha discutido abiertamente la decisión de dejar el Pacto de Bogotá.

Algunos se han apresurado a declarar después del fallo que éste termina con esa discusión, pues ya no sería necesario hacerlo dado que se ha demostrado que la Corte falla de derecho. Creo que no es así. Puede que el fallo le quite inminencia a la decisión, pero sigue siendo cierto que Chile no tiene reivindicaciones territoriales pendientes, de modo que en un asunto sometido a estos tribunales sólo puede quedar igual o perder, habiendo incurrido en importantes costos y en un proceso que inevitablemente deteriora las relaciones con la contraparte.

Pasando ahora al futuro de las relaciones entre nuestro país y Bolivia, desechada la obligación de negociar, Chile debe evaluar la conveniencia de hacerlo en el futuro. Mi opinión es que no hay que apresurarse en esa decisión y lo que se impone por ahora es no innovar. Primero Bolivia debe demostrar su disposición a respetar este fallo. Ello no significa renunciar para siempre a su deseo de tener una salida al mar, pero sí cambiar radicalmente su estrategia de presionar a Chile a cederle soberanía. Se ve difícil que Evo Morales sea el indicado para liderar una nueva etapa de relaciones con Chile, que obligatoriamente debe construirse sobre bases distintas a las que ha sostenido Bolivia hace ya muchos años.

Es cierto que Bolivia continuará siendo nuestro vecino y que hay muchas oportunidades de cooperación positivas para ambas naciones; de modo que una posición patriotera y triunfalista de rechazo hacia ese país no corresponde. Pero una nueva relación debe construirse sobre la base de nuevas actitudes. Es la hora de observar y esperar.

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de LyD, publicada en El Líbero.-

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