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De las elites y el poder

El Libero

En un seminario organizado por La Tercera tuvimos oportunidad de escuchar a Lucía Santa Cruz y Carlos Peña hablando de las elites y el poder. Mientras el rector se dedicó a describir cómo las elites excluyen a nuevos integrantes, Lucía prefirió fijarse en la tendencia del fenómeno en los últimos cuarenta años en Chile, para concluir que las elites eran más permeables que antes, pues ya no se pertenece a ellas por una cuestión de clase sino por el ascenso en la sociedad por razones económicas. Al adoptar Chile una economía de mercado, según Lucía, impera una lógica distinta en la cual quienes tienen éxito en los negocios por satisfacer mejor las necesidades de los consumidores reciben la recompensa de la riqueza monetaria. Carlos Peña por su parte insistió en que el elemento fundamental para mantener una sociedad elitista era la educación y que en Chile el 7% de quienes asisten a un colegio particular pagado tenían una ventaja, que la reforma educacional no había alterado en absoluto. Peña no lo dijo, pero es obvio que una de las razones por las que no se alteró la situación de los colegios particulares pagados, enhorabuena pues no veo cómo hacerlo sin eliminar la libertad de educación, es que los políticos de la Nueva Mayoría y del gobierno de Michelle Bachelet tienen sus hijos o nietos en colegios particulares pagados.

Estoy con Lucía Santa Cruz en que es más importante examinar las tendencias y la movilidad que constatar que hay una elite, porque como el mismo Peña lo reconoce, siempre la ha habido y siempre la habrá. Como nos muestra la encuesta CASEN, no sólo la última sino la serie, en Chile hay una alta movilidad social, ascendente y descendente.

Quienes fuimos llamados a comentar las exposiciones tuvimos un tiempo limitado, donde intenté resaltar el aporte de Moisés Naím, quien en su libro “El Fin del Poder” escrito el 2013, describe las amenazas a las elites. Es más fácil desafiar hoy a quienes detentan el poder de distintas instituciones porque se ha producido un fenómeno de “desintermediación”, en el que quienes tradicionalmente mediaban entre la ciudadanía y el poder son muchas veces ignorados por los ciudadanos para erigir sus propias expresiones. Los políticos de una democracia representativa tienen la amenaza de políticos populistas; los medios de comunicación la de las redes sociales; las empresas tradicionales de las economía colaborativas donde los consumidores se agrupan para conseguir mejores condiciones; y hasta las agrupaciones espirituales son des intermediadas por antiguos feligreses descreídos de las jerarquías religiosas.

El elemento fundamental que explica por qué esto ocurre en los últimos años es la tecnología y en particular Internet y ya lo señaló Naím cuando relata, por ejemplo, el rol que tuvieron las redes sociales en la llamada Primavera Árabe, que culminó con la caída de varios gobiernos luego de manifestaciones públicas convocadas por estos medios.

En el último tiempo, diversos investigadores se han detenido en el efecto que tiene sobre la política lo que podría llamarse su “sentimentalización”. El cientista político español Manuel Arias Maldonado da cuenta de ello y señala los aportes que los seguidores de teorías evolutivas y científicos del área de la neurociencia han realizado acerca del funcionamiento del cerebro humano.

Si uno combina los efectos de la digitalización y las redes sociales con los hallazgos sobre el funcionamiento del cerebro humano, puede comprender mejor la evolución de la política. El filósofo coreano Byung Chul Han tiene interesantes descripciones de lo que él llama la democracia de enjambres, que estaría presente en las redes sociales. Allí, afirma, la gente se mueve por flujos de descalificación y halagos. Los primeros explican que en lugar de los “brainstorms” que conocimos como estudiantes, asistamos ahora a verdaderos “shitstorms” o “shamestorms” que sufren quienes tienen la osadía de rebatir a un tuitero famoso (los he experimentado personalmente).

En este mundo en el cual hay un auge de las “pantallas” según pensadores como Sartori o Lipovetsky, las formas favoritas de comunicar son fotos, videos y memes. Es interesante el caso de los memes, que son replicadores culturales, análogos a los genes, y están relacionados con la necesidad de aprobación que tienen los humanos y el deseo mimético de compararse. Estos medios favorecen la emoción frente a la reflexión y son un pasto adecuado para los populistas.

El sicólogo evolucionista Jonathan Haid dice que pertenecemos a “tribus morales” que condicionan la forma en que recibimos información. El austríaco Stefan Lewandowsky va más lejos y afirma: “si te odio tus dichos son falsos”, como tituló la revista The Economist una nota sobre sus hallazgos. Como verán, aquí ya estamos muy cerca de la posverdad. La digitalización, la simplicidad de lo visual y la prevalencia de los sentimientos favorecen este fenómeno.

Para concluir diremos que lo que está ocurriendo tiene, como es obvio, ventajas y desventajas en la relación de la sociedad con las elites. En lo positivo, hay más movilidad en el poder, el liderazgo es más disputable, hay más transparencia y menos impunidad frente a conductas indeseables desde el punto de vista civilizatorio. ¿Pero cómo evitamos caer en la tiranía de lo políticamente correcto y en limitar la libertad de expresión?

En lo negativo, estamos frente a la atracción populista favorecida por la sentimentalización. Una política buena para criticar y mala para proponer. Una falta de certezas que invita a la posverdad. En fin, un tema fascinante. ¿Cómo debatimos, cómo consensuamos, cómo avanzamos en este mundo?

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.- 

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