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¿Estado de Bienestar o Chicago Boys?

El Libero

La semana pasada, en esta misma tribuna, alertaba sobre la conveniencia de no pisar el palito en esa suerte de tironeo de la candidatura de Sebastián Piñera entre la derecha y el centro. La candidatura es de centroderecha, y como tal, tiene que equilibrar las distintas sensibilidades. Si quiere ganar, necesariamente debe incluir a gente de centro, que ha votado otras veces por la Democracia Cristiana, así como a otras expresiones nuevas de esa sensibilidad, y por supuesto también a la gente de derecha representada por los principales partidos que apoyan su postulación.

Agregaba en esa columna que la necesidad de hacer un buen gobierno, sin mayorías parlamentarias en ambas cámaras, lleva a que obligadamente se consideren soluciones que sean aceptables para el centro político.

Esta semana el tironeo tiene una variante programática, motivada entre otras cosas por las declaraciones de Mauricio Rojas, uno de los coordinadores del programa de Piñera. Habría dicho Mauricio que la propuesta contiene elementos de Estado de Bienestar y en ese sentido se alejaría de las soluciones de los Chicago Boys. Creo que esta forma de presentar una diferencia —aunque atractiva para la prensa por lo simple— puede llevarnos a discusiones estériles y falsos dilemas.

Es evidente que las soluciones de un programa de gobierno para el Chile de 2017 —un país con algo más de 20 mil dólares de ingreso per cápita y un porcentaje menor al 10% de la población viviendo en la pobreza—, tienen que ser distintas a las de un país como el de los años setenta, que no sólo tenía sobre diez veces menos ingreso per cápita y tasa de pobreza del 40%, sino que además hiperinflación y una economía cerrada al mundo.

Es posible que Mauricio, un aporte valioso a la candidatura de Piñera, quiera destacar que la propuesta programática incluye a la solidaridad como uno de los cuatro objetivos del gobierno, junto a la libertad, la justicia y la seguridad. Eso es así, pero difiere bastante de un Estado de Bienestar, expresión que no existe en las 120 páginas del programa de gobierno de Sebastián Piñera, y que como acertadamente sugiriera John Müller en una columna en El Mercurio, es una expresión en desuso incluso en Europa.

Necesitamos respuestas para el Chile de hoy y en ese sentido, acertadamente, el diagnóstico del programa de Piñera discurre sobre la existencia de una clase media que llega ya al 60% de la población, que está orgullosa de su nuevo estatus, que quiere autonomía y no soluciones estatales; pero que también está expuesta a la vulnerabilidad de una enfermedad de alto costo, de una vejez que se prolonga sin ingresos suficientes, o de una pérdida del empleo que le impide pagar sus compromisos para financiar la educación, contingencias que ocurren y requieren de una respuesta.

No debe extrañar, entonces, que la centroderecha evolucione desde una posición en que la opción casi exclusiva de acción del Estado era la reducción de la pobreza —que afectaba a prácticamente la mitad de la población—, hacia una que, sin perder la opción preferente por esos compatriotas, que afortunadamente hoy son menos del 10%, dirija su mirada también hacia la clase media.

Un proyecto político que ignora a la clase media está destinado a fracasar. Lo importante, entonces, lo que debe hacer la diferencia, es cómo nos aproximamos a resolver los problemas de esta clase media, que son distintos a los de los más pobres. El programa “Clase Media Protegida” que ofrece Sebastián Piñera es una respuesta adecuada. No es un Estado de Bienestar que cubre las necesidades de las personas en todo momento y sin atender a los incentivos que se introducen al sistema. Se hace cargo de contingencias, y desde ese punto de vista se diferencia de un reconocimiento de todo tipo de derechos sociales universales que, en la perspectiva de la izquierda, deben garantizarse; aunque en la práctica sabemos que ello no ocurre por falta de recursos, como lo acaban de experimentar los chilenos bajo el gobierno de Bachelet.

Así, el programa “Clase Media Protegida” respeta y alienta el mérito de los chilenos; no los iguala, sino que atiende a quienes circunstancialmente requieren ayuda. Es un concepto de seguro, más que regalo o dádiva del Estado de Bienestar. Y lo que es muy importante: no tiene el grave defecto de la regresividad de los derechos sociales universales, que con el aporte del pobre, que no estudia en la universidad porque debe ayudar a mantener a su familia, financia al hijo del rico que sí puede acceder a la educación superior.

La centroderecha evoluciona porque el país es distinto al de cuarenta años atrás, no porque los principios cambien. Las soluciones deben ser diferentes a las de antaño y ello no debe llevar a confusiones. Las etiquetas y los eslóganes, con su reduccionismo, nos han causado grandes problemas en el pasado reciente. No pisemos el palito ni atendamos a falsos dilemas.

 

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.-

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