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Después de la retroexcavadora, la reconstrucción

El Mercurio

La agenda legislativa del Gobierno de los últimos meses refleja un intento de llevar adelante cambios de leyes de forma apresurada. Recurre a solicitar urgencia para el despacho de los proyectos que envía al Congreso, aún en aquellos de gran complejidad y trascendencia como las propuestas previsionales. Esta premura no se limita al plano legislativo; se extiende a reglamentos y demás decisiones del Ejecutivo.

Esto es consistente con el propósito refundacional declarado por la actual administración. La imagen de la retroexcavadora, nacida del mismo Gobierno, simboliza la intención de destruir lo existente para crear nuevas estructuras de poder que traerían supuestamente un nuevo tipo de progreso. Importa más que deje de existir lo que hoy hay que la calidad de lo que se crea.

La influencia desproporcionada de la extrema izquierda en la actual coalición gobernante podría explicar esta realidad. Se trata del mismo sello impuesto por esas ideologías en las distintas oportunidades en que gobernaron durante el siglo pasado. No importa el hecho que siempre hayan fracasado con costos enormes para las sociedades en que experimentaron y vuelven a repetirse para miseria de los pueblos que las sufren. El Socialismo del siglo XXI de la Venezuela de Chávez y Maduro es su expresión más reciente.

El Gobierno percibe que es probable que exista una alternancia en el poder y, a menos de dos meses de las elecciones, actúa y se expresa en forma contradictoria. Por un lado apresura su intento de derribar instituciones, pero simultáneamente algunas autoridades tratan de pautear al futuro Gobierno para que no recurra a una nueva retroexcavadora. Probablemente la coalición en retirada espera paralizar la nueva administración para darle tiempo a las nuevas estructuras de poder por ellos creadas para que se consoliden, y apuestan al pacifismo del nuevo Ejecutivo frente a la beligerancia de sus filas. Un eventual gobierno de oposición paralizado que no esté a la altura de las expectativas es su garantía de un renacer político. Pero si una propuesta alternativa es exitosa la vuelta al poder se desvanece.

Si se desea volver a poner al país en la senda de progreso la verdadera y urgente tarea es reconstruir lo arrasado. Las políticas tienen inercia, por lo que no debería perderse tiempo. Y las personas confunden causas y consecuencias frente a discursos políticos bien articulados, por lo que prontos resultados es la mejor carta de triunfo.

La economía mundial está creando un ambiente favorable y la nuestra rebota desde su punto más bajo. Pero ni lo anterior ni la solvencia que todavía caracteriza al fisco y a las empresas chilenas serán suficientes para devolvernos el dinamismo necesario que satisfaga las demandas y anhelos de la sociedad. No solo proyectos emblemáticos como el de Dominga tienen dificultades para salir adelante. Invertir es una tarea que se ha vuelto titánica para muchos emprendedores.

Lo primero a reconstruir es el espíritu de colaboración para enfrentar el desarrollo. Emprender, emplear e invertir no son los enemigos de la población sino que deben ser vistos como ingredientes indispensables para satisfacer sus demandas. Abandonar la dialéctica de la ideología y recomponer el sentido común extraviado es requisito previo a relanzar el progreso. Y con ese mismo prisma hay que enfrentar las áreas derribadas por el actual Gobierno. Sin miedos, porque no es casual que luego de su corto mandato y habiéndose iniciado con gran popularidad, la Nueva Mayoría perciba hoy su fracaso enfrentada al juicio de la ciudadanía.

En el ámbito tributario se debe pensar en moderar tasas y generar estructuras que no entorpezcan la inversión y el ahorro. Y, tanto o más importante es que se vuelva a pensar al contribuyente como quien “contribuye” y no como un enemigo del Fisco al que el Servicio de Impuestos Internos debe combatir. Es el gobierno al servicio del ciudadano y no al revés. Además debe considerarse que quienes interactúan con la autoridad, como los emprendedores, es a quienes se les ha impuesto la carga pública de recaudar por el Estado. Los políticos han diseñado normas tributarias para evitar que el Gobierno enfrente directamente al ciudadano, razón adicional para que se les considere como colaborador y no adversario. Devolver al organismo recaudador su perfil técnico e imparcial es parte de la reconstrucción necesaria que lo aleje de la arena política en que ha estado envuelto.

La educación de los niños y jóvenes es una tarea en que padres y agentes calificados deben ser considerados. Pero lo que el Gobierno actual ha hecho es dejarlos de lado, en su intento de generar una tabla rasa en la mente de nuestra juventud. El acceso e igualación innegable de las últimas décadas, que dio posibilidades impensadas tan solo una generación atrás, se logró con la participación y no la exclusión de ellos. Reintegrarlos al sistema educativo como parte esencial es una obligación.

El intento de forzar monopolios sindicales vía la confrontación que buscan la legislación y regulaciones actuales, debe sustituirse por la colaboración ante un mundo cambiante, pero construir instituciones y reglas que provean el ambiente adecuado se verá dificultado por el legado y el discurso que fomenta tal enfrentamiento. Sin embargo, su importancia no puede subestimarse; el daño que generará a los más modestos tener a todos los emprendedores aguzando el ingenio para sustituir mano de obra no es un tema a minimizar.

La tarea de la reconstrucción se extiende a casi todas las instituciones e instancias de relación entre las autoridades y la civilidad. Organismos sectoriales, SERNAC, instituciones contraloras, deben todas retomar un camino constructivo y no confrontacional con el progreso.

Sólo así podremos lograr que el rebote que vemos en la economía hoy se transforme paulatinamente en un alza de nuestro crecimiento potencial, estimado en un magro 2,5%. El mejor segundo semestre que parece estar concretándose llevará el año a empinarse apenas al 1,5%. En régimen se debería aspirar al 4 o 5%, o más. De lo contrario, terminaremos congratulándonos con 2 a 3% en los buenos años, cifras antes inaceptables. Y aunque los políticos se resignen a ello, los anhelos de la población no lo harán, por lo que será mucho más difícil mantener una economía y sistema político estables, y el país podría verse envuelto de lleno en el drama latinoamericano: el continente de la esperanza que tropieza siempre con la desilusión.

Un mundo recuperándose y un incipiente rebote de la economía nacional son una excelente oportunidad. Si son acompañados por una política que busque reconstruir vía colaboración y confianza, están dadas las condiciones para que Chile vuelva a una senda de progreso acelerado para el beneficio de todos.

 

Columna de Hernán Büchi, Consejero de Libertad y Desarrollo, publicada en El Mercurio.-

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