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Se mueve el bote

El Mercurio

Se mueve el bote en la política chilena. Los partidos tradicionales, los nuevos e incluso las dos grandes alianzas que han dominado nuestra política en los últimos veinticinco años son desafiados por figuras emergentes, deserciones y nuevos alineamientos.

Hay dos elementos que ayudan a entender por qué está sucediendo esto. El primero es el cambio del sistema electoral. Al terminarse el binominal, los incentivos a evitar la fragmentación y agruparse en grandes bloques volaron por los aires. Como en otras reformas realizadas recientemente, lo que ocurrió acá es que el diagnóstico era de un simplismo que rayaba en la consigna (el fin del sistema binominal iba a resolver todos nuestros problemas), de modo que los propios impulsores del cambio de sistema electoral no estudiaron las consecuencias que iba a tener. Y una de ellas era, obvio, la fragmentación. El binominal daba mucha gobernabilidad y menos representación del abanico de posiciones políticas; ahora estamos en lo contrario: mucha representatividad y menor gobernabilidad. ¿Cómo combina ello con un sistema presidencialista como el nuestro? De nuevo al igual que en muchas de las reformas de la Nueva Mayoría parece que nadie lo pensó.

Hay que reconocer que al cambio de sistema electoral se agregó un factor que quizás no estaba en la mente de nadie: la destrucción de la reputación de los políticos a partir de los casos de financiamiento irregular. Ello otorga nuevos incentivos a los actores. Las marcas se degradan, la primera afectada fue la UDI y hoy día PPD es una mala palabra en la centroizquierda, según me confiesan mis amigos de esa vereda.

No debiera extrañar entonces que Auth se vaya del PPD, Kast de la UDI y Saffirio de la DC, mientras Ossandón amenaza dejar RN.

En la izquierda, Revolución Democrática, el partido de Jackson, abandona el Gobierno (se van de altas posiciones que ocupaban en el Ministerio de Educación) e Izquierda Autónoma, movimiento en que militaba Boric, se divide.

Hay entonces elementos de tipo estructural que explican estos movimientos en la política chilena. No es sólo oportunismo (aunque algo de él debe haber cuando se abandona al Gobierno después de haberlo embarcado en radicales reformas, al llegar éste a un apoyo de apenas 21%). Tampoco podemos atribuirlo solamente al infantilismo revolucionario que suele atacar a los movimientos de izquierda y que denunciaba el mismo Lenin; ni siquiera a mera ambición personal, aunque en todo político hay una cuota de ella.

Los jóvenes que abandonan la Nueva Mayoría se ven frente a la opinión pública asociados a grupos estudiantiles y sociales de posiciones muy radicalizadas, que llaman a movilizaciones de largo aliento y notifican a la Presidenta Bachelet el comienzo de una etapa turbulenta. Algunos piensan que esto es un error político, porque esas actitudes tienen el rechazo de la mayoría de la población.

Pero esa es una mirada de corto plazo.

Lo que Revolución Democrática está haciendo, es articular una oposición a Bachelet y la Nueva Mayoría desde la izquierda. Y eso tiene mucho sentido para ellos.

Les permite salvar la cara ante el evidente fracaso del gobierno de Michelle Bachelet. Con ello evitan reconocer que éste se debe a un programa de gobierno radical que partió de un diagnóstico equivocado acerca del modelo económico. Ellos asumieron, y arrastraron en ello a los políticos de la Nueva Mayoría, que la gente descontenta y cansada de tanta desigualdad quería abandonar esta sociedad capitalista para abrazar causas solidarias donde el Estado protector reemplazaría al mercado y al funesto lucro.

A poco andar, sus insensatas reformas revelaron que la mayoría apreciaba la libertad de elegir y no quería una oferta puramente estatal.

Pero los jóvenes líderes estudiantiles devenidos en políticos no pueden aceptar esto. Adoptan entonces la clásica receta de la izquierda: lo que ocurre es que las reformas no han sido suficientemente radicales. Ocupan además un espacio que antes monopolizaba MEO, hoy también degradado.

¿Y qué pasa en la centroderecha? Necesito más tiempo y distancia para entenderlo.

 

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, en El Mercurio.-

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