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Volveré para hacer algo que signifique para la gente

El Mercurio

La Presidenta Bachelet nos informó a través de una entrevista al medio británico BBC que dudó si quedarse en la ONU en New York, pero que volvió “para hacer algo que signifique para la gente”. La vocera del gobierno la aclaró – vino al país para cambiarle el rostro. A pocos días de cumplir la mitad de su período parece claro que lo está logrando. Lamentablemente la ruta diseñada está hipotecando el anhelo de progreso de los chilenos. Mirando hacia adelante, la cara que al país le espera es de frustración y amargura. Atrás quedará el periodo de mayor avance – para todos y en todos los ámbitos – que el país ha conocido en su historia.

Es cierto que había y hay materias pendientes; pero la responsabilidad del líder es canalizarlas constructivamente - y no caer en la trampa de los slogans y posturas ideológicas – probadamente fracasadas – que nos estancaron y sumieron en la miseria a gran parte del país a lo largo de nuestro pasado.

De su trayectoria no se puede suponer falta de carácter ni tampoco malas intenciones – simplemente está equivocada. No parece haber superado la dialéctica que existía en los años 60 cuando aún muchos soñaban en utopías como la comunista para el futuro de la humanidad. Quizás por ello es que las políticas emblemáticas de este gobierno son tan del gusto del partido comunista chileno, uno de los pocos en el mundo aún leales al régimen de Norcorea, de Cuba o de la dupla Chávez Maduro. Con buenas intenciones pero con políticas ideologizadas y fuera de la realidad el costo para los ciudadanos termina siendo enorme. Al ser los efectos de esas políticas paulatinos y en el tiempo, la sociedad termina anestesiada y desconociendo el futuro que pudo haber tenido  no es capaz de reaccionar.

Los últimos dos años el crecimiento del país ha rondado el 2%. Las mejores proyecciones para el año actual apenas se aproximan a esa cifra y el 2017 no se ve más auspicioso. Desde hace más de tres décadas, en las cuales se han vivido todas las combinaciones de crisis mundiales - malos precios de cobre, altos precios del petróleo y elevadas tasas de interés - no habíamos tenido un desempeño sostenido tan pobre. El último IMACEC de diciembre de 1,5% y la inflación de enero de 0,5% que acumulada en doce meses asciende a 4,8%, forman parte de esta nueva realidad a la que ya el país parece acostumbrado. Ante una nueva cifra mensual solo se advierten comentarios menos o más optimistas o pesimistas según si el nuevo dato es décimas mayor o menor que la modesta nueva tendencia. Ninguna reacción que nos haga remecer y que con pragmatismo nos lleve paulatinamente – pero en plazo breve – a cambiar dicha tendencia por un guarismo 2 a 2,5 veces mayor.

A ciertos políticos y líderes de opinión parece no importarles el crecimiento frente a otros objetivos que creen superiores. Pero el hecho es que este permea y permite todos los demás tipos de bienestar. Incluso la herramienta preferida por quienes así piensan, el gasto público, se ve limitado sin crecimiento. Con el actual precio del cobre y el lento avance de la economía disponen de menos recursos para sus programas favoritos. La mayor recaudación de la reforma tributaria ya se esfumó ante la nueva realidad. Paradójicamente nos espera un fisco más grande pero a la vez más chico. Más grande con respecto a una economía más pequeña, pero más chico en lo absoluto. Brasil siguió un camino similar, estrangulando al sector privado y ello no es irrelevante para explicar su actual situación. El Gobierno tiene un serio problema: o se desliza paulatinamente hacia un manejo fiscal más irresponsable con graves consecuencias a futuro o modera sus pretensiones de gasto público. En este último caso incumpliría lo prometido pero esos problemas serían menores si corrige el rumbo y relanza el crecimiento y sus enfrentamientos ocurrirían sólo con el sector más ideologizado pero menor de su coalición.

Ya debiera tener claro la Presidenta que los excesos ideológicos tienen un alto costo. La reforma tributaria, aún cuando mejorada de su diseño original inviable, ha tenido y seguirá teniendo influencia negativa en el crecimiento. El unánime y loable deseo de mejorar la educación sólo deja mayores estatizaciones y presencia de grupos politizados, lejos de la necesaria flexibilidad que una mejora de la calidad requiere en el dinámico mundo actual. Las propuestas laborales insisten en el anacrónico planteamiento del conflicto y la contraposición trabajador - empleador en lugar del crecimiento y las mejoras de productividad para mejoramiento del trabajador. De promulgarse se logrará, eso sí, darle mayor imperio político a grupos sindicales ya poderosos lo que los hará aún más atractivos de capturar de parte de los grupos extremos.

Pero la máxima confusión reina en el proceso iniciado de Reforma Constitucional en el que insiste la propia Presidenta. Hace poco declaró ante la insistencia de Evo Morales sobre el derecho de Bolivia al mar, que “anhelos y deseos no son lo mismo que derechos”. Sin embargo está lanzando al país a una catarsis colectiva sobre nuestros deseos y anhelos como guía para una nueva Constitución. Los países exitosos en el largo plazo tienen constituciones o principios jurídicos que consiguen gobiernos efectivos, que representan mayorías a la par que protegen a las minorías. No tienen constituciones declarativas como las comunistas solo existentes en gobiernos totalitarios. De insistirse en el proceso de cabildeo político aparecerá un caos inmanejable - la Constitución brasileña y sus consecuencias serán un pálido reflejo - o un manejo experto de asambleístas que, como describió hace poco un destacado escritor chileno quien vivió similar proceso cubano, terminan logrando plasmar una supuesta voluntad popular que sólo representa a las minorías organizadas. Nada de ello puede ser beneficioso para el cambio de rumbo que el país requiere para progresar.

El problema adicional que enfrenta el Gobierno es que no tiene la fortuna del alza del precio del cobre del que se benefició Bachelet en su primer mandato. El cuadro no es de los más negativos vividos – el petróleo nos beneficia y las bajas tasas de interés son de gran ayuda – pero tampoco es tan alentador como para no requerir un empuje de nuestra parte.

Los mercados de capitales mundiales han experimentado fuertes volatilidades y, recientemente, caídas. A mediados de febrero el DAX Alemán estaba 24% por debajo de su valor de principios de abril y el SP 500 de EE.UU casi un 10% menos que hace un año. Lo probable es que la volatilidad tenga raíces muy complejas, una entre ellas es el limitado rol que ahora los bancos pueden tener como market maker. No son el augurio de una inminente recesión en EE.UU o un colapso de la economía china. Lo que sí es cierto es que ante la incapacidad de los gobiernos para adoptar decisiones que mejoren al potencial de crecimiento luego de las crisis del 2008, y su excesiva dependencia de acciones de los bancos centrales que los políticos y la población esperan sean mágicos, el ritmo de crecimiento no volverá al de los mejores años de la década del 2000. El riesgo es que la impaciencia ante ello haga florecer posiciones políticas populistas o rupturistas llevándonos por ejemplo al empantanamiento para formar gobierno en España o a las sorpresas en las primarias americanas que hemos visto estos días. En este entorno de la economía del país y del mundo si la Presidenta no cambia el rumbo logrará el propósito que la hizo abandonar las Naciones Unidas - cambiar la cara del país. Lamentablemente no será la mejor de todas.

 

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