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El valor de las ideas

La Tercera

A principios de año, el destacado economista Xavier Sala i Martin participó en un seminario sobre competitividad, productividad e innovación. En la oportunidad trasmitió varios conceptos que vale la pena retomar. Destacó que ser competitivo y tener éxito no son sinónimos de rebajar costos sino que es más complejo que eso. Para competir en los mercados lo que se requiere es tener una buena idea que sintonice con lo que desean los consumidores (el mercado), ofreciendo un buen producto a buen precio. Si un restaurante de la competencia se está llevando a los clientes, no se atrae a más gente de vuelta solo rebajando costos, sino que es necesario revisar el menú, la atención, la decoración, el ambiente y todo aquello que hace la diferencia para los clientes.

Lo que destaca son las ideas, las cuales mayoritariamente no provienen de los científicos. Las ideas innovadoras en el 72% de los casos viene de los empleados, el 20% de los ciudadanos normales y sólo el 8% viene de I+D. Es decir, provienen de gente común y corriente que se hace las preguntas adecuadas y ofrece mejores respuestas a las cuestiones tradicionales. En consecuencia debemos preocuparnos de la educación y de la formación de nuestros hijos, que serán la fuente de innovación de mañana, reconociendo además que las diferencias se gestan en la más temprana edad. La diferencia de crecer en hogares que estimulan un espíritu inquieto e innovador versus aquellos donde los padres lo prohíben todo será luego una diferencia irremontable. Facebook ofreció una nueva opción para comunicarse, Zara introdujo un giro en el negocio de la moda ofreciendo otra forma de innovación, Uber simplemente conecta al usuario con un servicio de transporte seguro, de calidad y siempre disponible. Tres ideas que no sólo ofrecen una solución diferente que responde mejor al consumidor que se va adaptando a los cambios con nuevas necesidades.

Lo segundo es evaluar además si en Chile hay espacio para que, una vez planteadas esas ideas, ellas se concreten en lugar de ahogarse en un muro de dificultades y permisos burocráticos o de otra índole. Podemos aplicar al caso de Chile una serie de indicadores como el Doing Business del Banco Mundial, donde encontraremos muchas áreas en las cuales debemos avanzar (tiempo y costo para crear negocios, obtención de créditos, hacer cumplir contratos, permisos de construcción, etc.). Un análisis de la productividad en el país no puede omitir evaluar la calidad de la regulación vigente y su capacidad para adaptarse a los cambios que promueven nuevas tecnologías y desarrollo de mercado.

Veamos un caso concreto como Uber. Se trata de una plataforma que relaciona al usuario que busca un auto privado para movilizarse, con un chofer particular que cuenta con un vehículo adecuado y está capacitado para ofrecer este servicio. Opera con una aplicación en el celular a través de la cual se pide el servicio a la hora que se desee y permite seguir el vehículo con GPS, lo que valoran especialmente los padres que demandan estos servicios para sus hijos. Pero también beneficia a personas con vehículo de cierto estándar que de acuerdo a sus disponibilidades de horario pueden ofrecer el servicio y ello les permite un ingreso adicional.

Pero en otros países se ha visto rápidamente enfrentado al rechazo de los taxistas tradicionales, regulados y sujetos a los costos asociados a esas normas, en mercados donde con frecuencia hay costos de entrada que mantienen restringida la oferta. Es natural que los taxistas tradicionales reaccionen tratando de impedir la entrada de este nuevo servicio, al cual ven (con razón) como un competidor con ventaja. En algunos países se ha optado por regular el nuevo servicio, lo que ha servido para el debate público y así revisar la vigencia de algunas restricciones previas. En Chile, la autoridad los ha calificado de informales cobrando multas y retirando los vehículos de circulación, por cuanto no se encuentran inscritos en el registro correspondiente.

La nueva alternativa ofrece otros desafíos a nuestro regulador, pues también compite con el Transantiago, restándole más pasajeros, y desafía una futura restricción vehicular vía cupos entre otras normas y regulaciones conexas. Claro, se podría implementar tarificación vial y buscar otras fórmulas compartibles, e incluso más eficientes, pero eso exige al regulador una capacidad de adaptación mayor. De paso el regulador debe hacerse cargo que para el usuario es un servicio bien valorado y restringirlo exige restarles un beneficio.

Cómo sea, cómo postulaba Sala i Martin, la pregunta no es sólo si en Chile educamos para el desarrollo de ideas, sino también, si una vez que se nos ocurren (o la también brillante alternativa de imitar buenas soluciones que surgen en otros países), ofrecemos una razonable facilidad para que pueden desarrollarse e implementarse. En este caso, vimos una idea importada, que puede ofrecer bienestar a sus usuarios pero desafía la forma cotidiana de enfrentar el problema. Veremos la capacidad de adaptación del regulador, que hasta ahora simplemente la ha declarado un servicio informal. Pero este es solo un ejemplo. Necesitamos una mirada atenta en todos los sectores donde una burocracia excesiva, una regulación ineficiente o la falta de competencia están cerrando alternativas y choca con ese espíritu inquieto que debiera promoverse desde el aula y acompañarnos siempre. Casos menos conocidos donde la idea simplemente muere en terreno poco fértil. Porque innovar es mucho más que ciencia y la mayor parte de las veces es una genialidad que como se dijo, surge de la gente común y corriente como cualquiera de nosotros.

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