DE LA DESACELERACIÓN AL FRENAZO

REPRODUCIMOS LA COLUMNA DE CECILIA CIFUENTES, ECONOMISTA SENIOR DE LYD, PUBLICADA EN VOCES DE LA TERCERA.

Como un balde de agua fría ha caído el crecimiento del Imacec en junio, de sólo 0,8%, que muestra a una economía que más afectada por una desaceleración, está estancada. De hecho, en el segundo trimestre hubo un crecimiento nulo respecto al primero, medido en términos desestacionalizados.

¿Qué explica este verdadero frenazo? Es cierto que las proyecciones de crecimiento para el mundo emergente se han deteriorado, pero no en la magnitud que estamos viendo en Chile. Además, afortunadamente tenemos una política de tipo de cambio flexible, que contribuye a contrarrestar los efectos de un contexto externo menos favorable. El peso se ha depreciado más de un 10% en lo que va del año, permitiendo una mejoría en nuestra alicaída competitividad.De hecho, nuestra moneda está entre las que más han caído en el mundo durante este año, después del Hryvnia ucraniano, del Rublo ruso, del Peso argentino y del Peso uruguayo, países afectados por situaciones que van más allá de lo puramente económico.

Es indudable, entonces, que hay factores internos que explican el mal desempeño de nuestra economía. Dentro de estos, algunos son de carácter más permanente, siendo probablemente el factor energético el más importante. En este tema, pareciera ser que la balanza se ha inclinado excesivamente hacia la protección del medio ambiente, en contra del desarrollo.

Por otra parte, la agenda de reformas del gobierno sin duda está teniendo efectos negativos, que no logran ser revertidos con los escasos anuncios positivos en términos de fomentar el crecimiento. Además, se percibe en estos últimos un sesgo estatista, de capitalización de empresas públicas y de ejecución de inversión estatal, obviando el hecho de que ningún país ha logrado crecer en forma sostenida en base a política fiscal, lo que es más cierto aún en una economía abierta con tipo de cambio flexible.

Estos pocos anuncios positivos son contrarrestados con lo que podría llamarse una “agenda anti crecimiento”, encabezada por una reforma tributaria, que aún después del acuerdo, se traduce en un aumento muy significativo del impuesto a la renta, considerado desde el punto de vista técnico el más distorsionador de los impuestos. Hasta ahora tampoco pareciera que al menos en el mediano plazo el daño de la reforma pudiera ser compensado por una mejoría en la calidad de la educación.

Se suma también una ley corta de puertos que encarece y rigidiza una actividad clave en el desarrollo del país. Los anuncios de menor flexibilidad laboral tampoco contribuyen en nada a mejorar este cuadro. Por último, todo este contexto se enmarca por la incertidumbre institucional que generan los anuncios de modificaciones constitucionales.
En este cuadro, la verdad es que sería sorprendente que la economía se mantuviera inmune. Lo que se requiere ahora para revertir este cuadro escapa a lo que se podría lograr con medidas de estímulo económico, cayendo más bien en el campo de la política. Es necesario empezar a transmitir un mensaje de que el país puede y debe seguir mejorando el bienestar de todos los ciudadanos, pero el crecimiento económico es la condición más importante para lograrlo, y este sólo puede venir de un sector privado dinámico y pujante.