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UN CUENTO PARA NIÑOS

El Mercurio

A CONTINUACIÓN, REPRODUCIMOS LA COLUMNA DE LUIS LARRAÍN, DIRECTOR EJECUTIVO DE LYD, PUBLICADA EN EL MERCURIO.

Había una vez un país muy bello. Su gente era trabajadora y con esfuerzo lograban progresos que para todos eran evidentes. Cada cierto tiempo, la naturaleza los golpeaba con alguna catástrofe, pero con su espíritu de superación volvían a levantarse.

Sin embargo no todos disfrutaban de igual manera en este país. Había unos pocos que eran muy ricos, muchas gentes de ingresos medios como comerciantes y otros variados oficios y un grupo menos numeroso, pero importante, de gente pobre. La reina decidió entonces realizar transformaciones profundas y encargó a los administradores de la hacienda pública que aumentaran los impuestos. Éstos, junto a los publicanos encargados de la recaudación de tributos, diseñaron una Gran Reforma para  que los ricos pagaran más. Con ese dinero, repartido por los empleados de la reina, se lograría mayor igualdad y todos vivirían muy felices.

Los publicanos denunciaron que muchos ricos, que según ellos eran malos y egoístas, ahorraban buena parte de sus ingresos en cuevas del Tesoro, llamadas FUT, y sólo sacaban de allí una parte por la que pagaban impuestos. El resto del dinero, atesorado en las cuevas, era prestado a comerciantes, artesanos y labriegos que la utilizaban para sus emprendimientos, siembras y cosechas.

Los publicanos decidieron proponer que se taparan las cuevas, nunca más podría ingresarse dinero a ellas, y todos los ingresos que obtuvieran los ricos debían tributar. Aumentaron también las tasas de impuesto. Ahora se cobrarían impuestos a los ricos por “rentas atribuidas”, no sólo por las que efectivamente recibieran. El dinero recaudado sería administrado por servidores públicos, que eran buenos y probos y sólo actuarían en beneficio de todos; a pesar que a primera vista, al verlos  convivir con sus vecinos que trabajaban en los emprendimientos de los ricos, no se advertían muchas diferencias entre ellos.

Algunos manifestaron dudas por la Gran Reforma. Al terminar con los dineros ahorrados en las FUT, esos recursos ya no se podrían prestar a comerciantes, artesanos y labriegos que empleaban a un gran número de pobres y gentes de trabajo en sus emprendimientos. Lo probable era que hubiera menos inversiones y empleos. Otros cuestionaban que los servidores públicos fueran tan probos y desinteresados. ¡Usarán los recursos en su propio beneficio! Contratarán a sus parientes y amigos y la recaudación no llegará a beneficiar a los pobres, decían.

Pero sus voces fueron pronto acalladas. Defienden sus intereses, decían desde Palacio y no los de la gente. La Gran Reforma no afectará los ahorros, aseguraban sin más. Los beneficios serán tan grandes que las gentes de aquel país, instruidos y educados de mejor manera, serían más productivas y ello generará más riqueza.

Y así, ordenaron poner en práctica la Gran Reforma.

Pero no todo fue tan maravilloso. Algunos ricos decidieron trabajar menos; total si ganaban más dinero tenían que pagarlo en impuestos. Otros siguieron trabajando tanto como antes, pero tuvieron que pagar  nuevos impuestos y no pudieron guardar su dinero en las cuevas FUT y prestarlo, lo que  se tradujo en menores emprendimientos y puestos de trabajo. Otros descubrieron que había cuevas en países vecinos, y allí empezaron a atesorar  parte de sus platas; porque los comerciantes, artesanos y labriegos de esos lugares recibían con alegría los dineros que los ricos del país vecino llevaban a sus cuevas.

Así, el dinero recaudado no fue tanto como se esperaba. La actividad productiva se vio fuertemente lesionada. Los servidores públicos, entretanto, no fueron tan efectivos en mejorar la instrucción de las gentes del país como la reina esperaba.

Pero la reina y los encargados de su hacienda nunca reconocieron su error. Le echaron la culpa a los ricos, malvados, que se habían resistido a los cambios. Y así la Gran Reforma no cumplió con el sueño de los pobres y las gentes de clase media de vivir mejor; quedaron peor que antes, pero aún así, en Palacio, algunos se solazaban porque habían castigado a los ricos.

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