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TIPO DE CAMBIO: MEJOR QUE NOS VAYAMOS ACOSTUMBRANDO

La Segunda

A continuación reproducimos la columna de Francisco Klapp, investigador del Programa Económico de LyD, publicada en La Segunda:

 

La política monetaria expansiva del Gobierno de Estados Unidos y de otros países desarrollados, que implican en el caso americano compras de papeles por US$ 85.000 millones al mes (algo así como un tercio del producto anual chileno), junto a un elevado precio de nuestro principal producto de exportación, ha llevado a que algunos sugieran que el tipo de cambio se encontraría “demasiado apreciado” o “desalineado”. Insinúan que el Estado debiese intervenir este precio porque, de lo contrario, se incurriría en costosos ajustes. Como, por ejemplo, abandonar ciertas actividades exportadoras que se tornarían poco competitivas ante este fenómeno coyuntural.

Si bien es cierto que esta marejada de dólares inyectados en EE.UU. –y otras monedas en el resto del mundo-, migran en busca de mayores retornos, lo que puede llevar a que algunos mercados se inunden de dólares temporalmente aumentando de manera desmedida el valor de la moneda local e induciendo los problemas antes mencionados, esto no parece ser el caso de Chile. Lo anterior, pues cuando se observan los determinantes del tipo de cambio real, se ve que la economía chilena crece más rápido que el resto del mundo, que nuestro país está más prospero que nunca antes con una pujante demanda interna, que junto a términos de intercambio muy positivos más allá de la situación del cobre llevan a pensar que el tipo de cambio se encontraría en equilibrio y que será mejor que nos vayamos acostumbrando a vivir con un tipo de cambio más apreciado.

Por otro lado, las opciones de intervención que se proponen, que van desde los programas de compras de divisas por parte del Banco Central hasta impuestos diferenciados a las exportaciones, en general son inefectivas. La intervención del Banco Central sobre el tipo de cambio a través de estos programas ha probado tener efectos sólo transitorios e le implica incurrir en un costo enorme. Al esterilizar la operación retirando los pesos que introduce al mercado por la compra de dólares mediante la emisión de papeles, se ve obligado a soportar una importante diferencial de tasas, en la medida que sus reservas se inviertan en bonos seguros de muy bajo rendimiento y sus colocaciones naturalmente ofrecen un mayor retorno. Otras medidas como controles de capital sólo han probado ser efectivas en cuanto a la composición de los flujos, pero no en cuanto a la magnitud de las entradas, por ejemplo sesgando hacia entradas de capital con horizontes más largos. Más extremo y problemático, un impuesto "a la medida" de ciertas exportaciones menos sensibles a precio nos recuerda al fracasado intervencionismo de décadas pasadas. Incluso si existiese alguien que pudiera determinar el impuesto correcto para cada exportación y su “tipo de cambio sectorial adecuado”, la medida contendría un potencial de discrecionalidad y favoritismo para ciertas industrias que no se pueden aceptar en un país moderno.

Más vale que nos acostumbremos a niveles del tipo de cambio bajos, pues estos han llegado para quedarse por un tiempo. Si bien existen algunas medidas rápidas con efectos duraderos, como un nivel de gasto fiscal moderado, a las que el Gobierno puede echar mano, las soluciones realistas no parecen ir por ahí. Están en preocuparnos de que a la larga nuestros sectores transables, aquellos que compiten afuera o contra importaciones, sean lo más competitivos posibles, independiente del tipo de cambio vigente, al proveerles infraestructura adecuada, costos de energía razonables y trabajadores altamente calificados.

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