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Los años flacos

El Mercurio

Bienvenida sea la austeridad del presupuesto fiscal 2017. Crea confianza y abona así el terreno de la reactivación. Hay quienes hubieran preferido un presupuesto con mayor gasto anticíclico, pero esa estrategia solo surte efecto si no compromete la salud financiera del fisco. Las proyecciones de mediano plazo dadas a conocer por la Dipres esta semana despejan toda duda al respecto: de aquí al 2020 viviremos en la economía de las vacas flacas. En esas circunstancias, la expansión fiscal es contraindicada.

La austeridad presupuestaria no es sino admitir una ingrata realidad, es el fin de una ilusión. Devela el fracaso de un programa de gobierno que se propuso curar nuestros males sociales simplemente aumentando el gasto público, los impuestos y las regulaciones. Esa estrategia torpedeó el sistema de incentivos sobre los que se basa el dinamismo económico, paralizó los reflejos que nos habrían permitido reaccionar con prontitud a la caída del cobre y -pese al alza tributaria- terminó erosionando los ingresos estatales, porque es poco lo que puede recaudarse de una economía famélica.

El escenario que pinta la referida proyección oficial es descorazonador. Los mayores ingresos "permanentes" del fisco, que financiarían "derechos sociales garantizados" y supuestamente permitirían una sociedad más justa, se nos hacen sal y agua. Por efecto de la corrección de las perspectivas del cobre y de nuestro debilitado potencial de crecimiento, se estima ahora que el fisco contará hacia fines de la década con US$ 4.300 millones menos de lo previsto un año atrás. Si en los últimos diez años el gasto público creció al 7% real por año, en 2017-2020 habrá que resignarse a un 3% anual. Mientras tanto, el déficit se mantendría en torno al 3% del PIB hasta 2018, con el correspondiente endeudamiento. La deuda pública, que al término del gobierno del ex Presidente Piñera era de 13% del PIB, ya ha trepado al 20%, y se estima se acercaría a 30% en 2020. Es cierto que otros países serios tienen un endeudamiento mayor, pero su fortaleza económica y fiscal se los permite.

No hay mal que por bien no venga, dice el refrán. Los años de vacas gordas nos acostumbraron a buscar equivocadamente en el Estado la solución a todos nuestros problemas. En diez años, duplicamos el gasto fiscal, en términos reales, y no se aprecia que la cobertura o calidad de sus servicios haya mejorado proporcionalmente. Al 2017, el gasto público abarcará un 26%, incluyendo municipios y sin considerar el 9% adicional que gastan las empresas públicas. La hipertrofia estatal suele incubar ineficiencia, burocracia, parasitismo y despilfarro. Explica en parte el decaimiento de nuestro potencial de crecimiento. Ahora que los presupuestos serán flacos, habrá que poner mucho más cuidado en qué y cómo gastar. Asumir la postergada modernización del sector público nos permitiría, además de mejorar su calidad de servicio, impulsar la productividad del país y volver a encaminarlo al desarrollo.

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