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LUIS LARRAÍN EN EL LÍBERO: «ALTAS EXPECTATIVAS»

El sentido de la realidad hizo que finalmente la Presidenta Bachelet hiciera primar la sensatez sobre el sentimiento y dejara caer el gabinete encabezado por el ex Ministro del Interior Rodrigo Peñailillo, sacando también a todo el equipo político y a Alberto Arenas del Ministerio de Hacienda. Ambos, Peñailillo y Arenas, se habían convertido en los escuderos de Bachelet para la puesta en marcha de su radical programa de transformación de la sociedad chilena.

Su gestión estaba debilitada por la fuerte caída del apoyo popular al gobierno. Se habían gastado ya buena parte del capital político con que Michelle Bachelet inició su segundo período en La Moneda, para imponer a troche y moche reformas como la tributaria y educacional que por su radicalidad e ideologismo encontraron la oposición de la clase media de nuestro país. Reformas a la legislación laboral y a la Constitución aparecen también en el horizonte.

La Presidenta parecía decidida a mantener a su equipo y desoyó el clamor por hacer cambios al gabinete que había incluso en las propias filas de la Nueva Mayoría, con el argumento de que no iba a detener su programa de reformas.

Esta porfía presidencial se mantuvo aun después del caso Caval, en el que se le atribuyó a Peñailillo un mal manejo y del caso SQM, en que ambos ministros durante el período de pre campaña recibieron dineros de la empresa de Giorgio Martelli, financista de la campaña de Bachelet, que a su vez había recibido dinero de la empresa controlada por Julio Ponce Lerou.

Pero la última semana la situación se hizo insostenible luego de conocerse una tercera encuesta, la CEP, que daba al gobierno un apoyo inferior al 30% de la población. Allí apareció el sentido de realidad de Bachelet y anunció el cambio.

El gabinete encabezado por el democratacristiano Jorge Burgos en Interior y con la presencia relevante de Rodrigo Valdés en el Ministerio de Hacienda ha despertado altas expectativas.

De Jorge Burgos se espera que inicie un período de mayor diálogo con todas las fuerzas políticas y que intente obtener acuerdos para realizar las reformas que pretende el gobierno. Como Ministro del Interior deberá conducir el proceso de cambio de la Constitución Política y ya ha anunciado que no es partidario de una Asamblea Constituyente, mecanismo que está fuera de nuestra institucionalidad. De él se espera que sea el jefe político del gabinete, y que los ministros de Segpres y Segegob, Insunza y Díaz trabajen con él y para él, de manera de lograr coherencia en el equipo de gobierno.

De Rodrigo Valdés se espera que ponga sus impecables credenciales como economista al servicio del crecimiento, única forma de ser exitoso en cualquier programa de gobierno. En esa tarea, deberá moderar las expectativas de la CUT de realizar una reforma laboral que rigidice aún más nuestro mercado laboral, ya que ello sería letal para retomar la senda del crecimiento. Deberá, además, viabilizar la reforma tributaria ya aprobada, cuyas evidentes falencias y vacíos requieren un trabajo de detalle para su puesta en marcha. No le es ajeno, por último, el ambiente que se cree en el país por el anuncio de cambios a la Constitución; pues este será clave en la formación de expectativas de los inversionistas.

Jorge Burgos y Rodrigo Valdés tienen las capacidades políticas y técnicas para llevar adelante una tarea de esta magnitud. Pero hacerlo no depende de ellos.

Depende de la Presidenta Bachelet.

Si ella se decide a empoderar a su equipo y cumple la delicada tarea de neutralizar a la izquierda más radical en el afán, que ya ha comenzado, de hacer fracasar a la dupla Burgos-Valdés, el proyecto puede ser exitoso porque se logrará la indispensable gobernabilidad.

En este proceso habrá, por supuesto, declaraciones en el sentido que el programa de gobierno de Bachelet sigue adelante. Pero en definitiva, éste no puede implementarse en su totalidad.

Si la Presidenta Bachelet insiste en embestir de frente contra el sentido común y los anhelos de la clase media chilena que rechaza su programa, el proyecto fracasará una vez más, arrastrando en su fracaso a su flamante gabinete y desperdiciando así la última oportunidad que concede un período presidencial de cuatro años.

Por  irracional que parezca, este último es un escenario que no podemos descartar.

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