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OPTIMISMO Y REALIDAD

El Mercurio

Una razonable dosis de optimismo es conveniente para enfrentar en mejor forma, sea a nivel personal o de la sociedad, las dificultades cotidianas. Sin ella es difícil tener la voluntad y energía necesarias para salir adelante y la desazón puede embargarnos. Simultáneamente, eso sí, es indispensable tener un buen diagnóstico de la realidad. Con ello se evita que el esfuerzo que hacemos sea inútil y más aún, agrave los problemas que se quieren resolver.

Existen elementos que nos permiten ser optimistas sobre el futuro de la economía chilena. Desgraciadamente. también es posible constatar que gran parte de los diagnósticos que se expresan con estridente intensidad como explicación de las dificultades de los chilenos, están equivocados.

Hace justo 12 meses, cuando se iniciaba el año 2020 que recién terminó, el mundo se encontraba en una fase de crecimiento vigoroso y había dejado atrás la agonía vivida desde la crisis del 2008. Desafortunadamente para Chile, ello ocurrió simultáneamente con una ola de violencia con rasgos de terrorismo organizado.

Sin embargo, el año finalmente fue muy distinto a lo que auguraban esos primeros días del 2020. La aparición del Covid-19 y las acciones gubernamentales tomadas en el mundo para evitar que los sistemas de salud fueran sobrepasados, precipitaron una recesión cuya velocidad y profundidad no tiene comparación histórica. En el primer y segundo trimestres, la velocidad de caída del producto mundial desestacionalizado y calculado a ritmo anual fue aproximadamente del 12% y 18% respectivamente. La recuperación comenzó con fuerza el tercer trimestre y a pesar de las nuevas dificultades que la pandemia está provocando en EE. UU. y Europa, el trimestre que recién terminó y el que ahora se inicia se mantendrán en territorios positivos. Hay diversas razones que lo explican: China no ha debido adoptar nuevas restricciones; el sector de manufacturas está menos afectado que el semestre previo; el comportamiento de las personas se ha hecho más difícil de controlar y; finalmente y lo más relevante, se dio inicio a una vacunación acelerada de la población, especialmente en los países desarrollados.

Desde esta perspectiva, la economía mundial debiera seguir una trayectoria creciente a lo largo del año 2021 y  se puede esperar una tasa de crecimiento cercana al 6%, lo que no se veía desde hace 20 años.

Más aún, dado el compromiso de mantener políticas monetarias expansivas en el corto plazo adoptadas por los principales Bancos Centrales, los países como Chile, con posiciones macroeconómicas razonables, se verán especialmente beneficiados por la existencia de financiamiento abundante.

Si a lo anterior se agrega el mejor precio de las materias primas –el cobre ha aumentado su precio en los últimos meses, llegando a niveles no vistos desde 2013–, mientras el costo de la energía se mantiene contenido, se configura para nuestro país un escenario muy favorable que en condiciones normales debiera justificar un ánimo optimista. Dicho ánimo debiera verse también reforzado pues el año 2021 será un año de recuperación. Luego de caer en forma estimativa un 5,8% el 2020, se puede esperar una recuperación cercana al 5,4% este año. El solo cambio de tendencia ayuda a levantar el ánimo y a tener una mirada más positiva sobre el futuro.

Sin embargo, si nos guiamos por las expresiones y postulados de los líderes de opinión del país, se ve difícil que la energía que genere un mejor espíritu se canalice efectivamente en resolver de forma definitiva las dificultades de muchos chilenos. La falta de personas preparadas o de empresas competitivas no son el impedimento. A pesar de ya varios años de confusión e intentos de desprestigio, la capacidad de los trabajadores en el país es sustancialmente mejor que en el pasado, y las buenas compañías chilenas siguen teniendo un nivel de profesionalismo de estándares internacionales.

El problema principal es que los diagnósticos –y con ello las soluciones propuestas– son claramente equivocados. Chile no es el país más desigual del mundo y es incorrecto que las diferencias hayan seguido aumentando. Las empresas chilenas no son esencialmente abusivas y su lugar no se lo han ganado a expensas de trabajadores y consumidores. La violencia en el país no tiene su raíz en las desigualdades, ni menos aún es legítima, aunque se plantee como rebeldía ante la evidencia de la pobreza. Las dificultades de los chilenos no se solucionarán casi mágicamente al cambiar un supuesto “sistema”, donde la clave es el proceso constituyente. Las pensiones no son inadecuadas por culpa de las AFP, sino que por las buenas rentabilidades logradas la situación es menos dramática. La educación estatal, en sus distintos niveles, no es preferible o de mejor calidad que la que entregan organizaciones privadas de la sociedad civil. La lista de diagnósticos equivocados es muy larga, pero los ejemplos anteriores son un botón de muestra. Pretender abordarlos además en base a propuestas fracasadas y obsoletas, no solo será contraproducente sino además aumentará el desaliento y la decepción de la ciudadanía.

Chile tiene diferencias que es posible y necesario superar. Pero por primera vez en su historia había logrado efectivamente acortarlas en los parámetros que realmente importan: desnutrición, mortalidad infantil y expectativas de vida de los menos aventajados; acceso a educación donde por primera vez muchas familias vieron a sus hijos alcanzar grados profesionales; acceso a agua potable y alcantarillado, eliminando de paso una contaminación propia de épocas medievales, donde el principal río de la ciudad de Santiago era una alcantarilla a rajo abierto.

Es posible encontrar casos de incumplimiento empresarial de normas, de menor o mayor gravedad, como ocurre en todas las sociedades y tipos de economía y que se deben corregir. Sin embargo, la mayoría de los emprendedores ha cumplido y logró dar a la población productos de la variedad y calidad que tenemos hoy. Esto es un cambio dramático, en el que se llegó a ser equivalente a las economías más desarrolladas, beneficiando a todas las personas, incluso sectores que siempre estuvieron postergados.

La violencia es injustificable, más aún cuando es organizada y con fines políticos. Es cierto que la pobreza debiera atormentarnos hasta que no la veamos desaparecer.

Pero más debiera preocuparnos que en nombre de ella se vuelvan a postular soluciones que sistemáticamente han fallado en el pasado y que son las verdaderas culpables de su existencia.

La Constitución es lejos de ser perfecta, si es que existe algo así. Por lo demás los hechos recientes solo ratifican lo simple que es modificarla. Pero la Asamblea Constituyente, esto es el camino por el cual sus líderes impulsaron a la ciudadanía, solo tiene riesgos y prácticamente ningún beneficio. Aquellos que ven en ella la oportunidad de un gran acuerdo en que se resuelven todos los problemas, o que por lo menos se haga un ejercicio de exorcismo al respecto, se verán probablemente decepcionados al constatar que lo que se produce es una lucha por reglas y normas que aseguren poder a los más atrevidos y vociferantes. Con ello la frustración no disminuirá, sino que se acrecentará.

Aunque sea políticamente incorrecto, si se desea aprovechar el ímpetu que un renovado optimismo podría generar para encontrar soluciones permanentes a los problemas de Chile, el foco principal debiera estar en recuperar el dinamismo de progreso perdido. Fue dicho progreso el que hizo posibles mejorías impensadas para muchos y es solo su brío renovado el que puede garantizar que las expectativas frustradas encuentren una luz de esperanza.

Ayudado por la pandemia, es cierto, pero con raíces mucho más profundas, al final del período del actual Presidente, el país llevará ochos años estancado en su nivel de vida per cápita. Al haberse consumido las reservas que tenía y gracias a que se apoyó en su credibilidad pasada, la población no siente todavía el impacto brutal que ello significa. Es de esperar que cuando sea inevitable, la sociedad haya sido capaz de cambiar el foco y se decida a resolver el verdadero problema crítico que tiene: la falta de progreso.

Este problema está en la raíz de la mayoría de las demás inquietudes que embargan a la sociedad.

 

Columna de Hernán Büchi, Consejero de LyD, publicada en El Mercurio.- 

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