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Chile, ¿una nueva encrucijada?

El Mercurio

Mario Vargas Llosa escribió una vez: "Lo prototípico de una elección tercermundista es que en ella todo parece estar en cuestión y volver a fojas cero, desde la naturaleza misma de las instituciones hasta la política económica y las relaciones entre el poder y la sociedad. Todo puede revertirse de acuerdo al resultado electoral y, en consecuencia, el país, retroceder de golpe, perdiendo de la noche a la mañana todo lo ganado a lo largo de años, o seguir perseverando infinitamente en el error".

La próxima elección es posiblemente la más importante desde el retorno a la democracia, la que presenta más incertidumbre, no solo respecto de sus resultados, sino en relación con el rumbo posible que tomaría el próximo gobierno en la eventualidad, ni imposible ni inevitable, de que ganara la Nueva Mayoría, pues efectivamente su propuesta explícita es de continuar y profundizar el camino del cambio radical de la economía, la política y la organización social. Los cuestionamientos se refieren a lo fundamental: las discrepancias no son en el margen, como en una democracia desarrollada, sino medulares.

Tras la profunda crisis de nuestra democracia y del golpe militar surgió un diagnóstico compartido por una mayoría de historiadores y politólogos, de todos los signos, respecto de que la crisis y la destrucción de la democracia se debieron a la pérdida de los consensos básicos sobre el sistema político y económico; a los ataques sistemáticos contra la democracia liberal, por ser "burguesa y formal", olvidando que solo ella tiene los resguardos para los derechos fundamentales de las personas. En suma, se debió a la ampliación de los márgenes de disenso y la agudización de los conflictos a niveles incompatibles con la democracia.

Esta convicción respecto de la tragedia de lo ocurrido y sus causas reforzó la importancia de restablecer los puntos de acuerdo y de restaurar consensos. Y la transición fue un largo proceso de construcción de encuentros en las postrimerías del gobierno militar y bajo los gobiernos de la Concertación, en torno a que el modo de organización política que mejor resguardaba los derechos de las personas era la democracia representativa, y que la forma de organización económica más conducente al desarrollo era la economía de mercado. Como resultado de esos acuerdos, los progresos de Chile en el ámbito económico y en los indicadores sociales han sido excepcionalmente buenos.

Sin embargo, incluso la mirada más optimista no puede dejar de ver cuánto falta para llenar el vaso. Una sociedad democrática requiere, como mínimo, de personas libres, iguales en su dignidad, para utilizar sus talentos y desplegar su creatividad en beneficio propio y del país en que viven. En otras palabras, libres para realizar la totalidad de su potencial humano, intelectual, productivo y espiritual. ¿Es posible creer, bajo este paradigma, que vivimos en una sociedad justa, cuando cientos de niños no pueden desarrollar sus talentos por falta de educación de calidad? ¿Es posible creernos en las puertas del desarrollo y tener aspiraciones a derechos universales garantizados para todos, cuando más de dos millones de chilenos aún viven en la pobreza, y en el centro de Santiago y a pasos de aquí hay gente con piso de barro y letrinas?

Pero es precisamente estas carencias lo que recomienda no abandonar los caminos que hasta ahora se han demostrado eficaces para avanzar hacia un país más justo.

El futuro está por verse, pero todo parece aconsejar que es necesario mantener la economía social de mercado, garantizar la verdadera competencia de los mercados, poner fin a todas las formas de conductas monopólicas y a lo que se ha llamado el crony capitalism , basado en el "amiguismo" y en las malas prácticas, el cual destruye los fundamentos mismos de una sana economía de mercado, la cual se justifica y se legitima moralmente cuando es un bien para todos.

Esta no es tarea de una persona ni de un sector político. Es el desafío y la oportunidad que tenemos todos los que creemos en la democracia representativa como el menos malo de los sistemas políticos, en la economía social de mercado y en la libertad en todos los campos.

Por eso debemos resistir los cantos de sirena que prometen la construcción del paraíso en la tierra, por el mero expediente de cambiar la ley y establecer derechos teóricos, y continuar por la senda de la convergencia, de la búsqueda de acuerdos y del diálogo racional civilizado.

 

Columna de Lucía Santa Cruz, Consejera de Libertad y Desarrollo, publicada en El Mercurio.-

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