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La derecha contra sí misma

Tele13

 

jose fco garciaMax Weber en su monumental “El Político y el Científico” sostuvo que ingresar a la arena política, esto es, al mundo del poder y la violencia, no era otra cosa que pactar con el diablo donde ya no es cierto que de lo bueno se produzca el bien y de lo malo el mal, sino que frecuentemente suceda todo lo contrario. Una interpretación alternativa, sostuvo, es infantil.

Sin caer en la misma trampa de ingenuidad –la denominada “arista política” del caso Penta nos muestra el macabro guión entre algunos pocos personajes en una trama, la campaña electoral de 2014, que tiene varias escenas y cientos de personajes oscuros–, pero alejándome de las inútiles y contraproducentes teorías del empate, el caso Penta en lo que atañe a la derecha, la vuelve a enfrentar a viejos fantasmas, en otras palabras, la enfrenta a sí misma. Ellos se dan en el plano histórico, intelectual y político.

La relación gemelar –y las más de las veces, incestuosa–  entre la derecha política y la derecha económica, no fue un descubrimiento en los 90’s de un entonces joven Andrés Allamand yéndose de frente ante los “poderes fácticos” de la derecha –siendo en todo caso los grandes empresarios sólo un subconjunto de ese grupo–, sino que es parte de la biografía de la derecha, bastando pegar una mirada rápida a los ensayos de Alberto Edwards (La Fronda Aristocrática en Chile) para el siglo XIX y, más recientemente, a Sofía Correa (Con las riendas del poder: La derecha chilena en el siglo XX) para el siglo XX. Oligarquía es un concepto que se repite una y otra vez, década tras década.

La UDI rompe los clivajes de clase, se transforma nada menos que en el “partido popular” y fue capaz de enterrar –al menos hasta ahora– buena parte de la biografía de la derecha del siglo XIX y XX. El caso Penta está erosionando, sin duda alguna, dicha hazaña.

En segundo lugar, el caso Penta revienta en medio del comienzo de una reflexión intelectual sobre su proyecto político para Chile como no lo había tenido la derecha en décadas. En momentos en que está en disputa (desde 2011) la hegemonía del proyecto de desarrollo y modernización de Chile futuro, y en que la derecha examinaba críticamente sus programas recientes –centrados en listas de supermercado sobre la base del cosismo y el eficientismo, más que en un proyecto país que refleje su sentido de justicia basada en valores como la libertad y la responsabilidad individual, la importancia del mérito y el esfuerzo personal, la igual dignidad, etc.–, este escándalo, basado en las generalizaciones y falta de matices y casuística, hace indistinguible ante la ciudadanía si el sector está en política para defender intereses o principios.

El caso Penta, es particularmente desafortunado ante los esfuerzos recientes de articular un discurso simple para explicar una de las dimensiones económicas relevantes del proyecto político de la derecha: su defensa de los mercados libres y competitivos y no de los negocios o intereses de las empresas. En el lenguaje anglosajón, ser pro-market y no pro-business.

Por lo demás, ello ya estaba siendo complejo, porque una defensa de los mercados libres y competitivos es una invitación al emprendimiento y al desarrollo libre de empresas, pero sin garantizar resultado alguno o menos utilizar las leyes o la regulación para conseguirles objetivos, rentas, específicas. La complejidad ha estado dada a mi juicio por dos cuestiones: la demonización en la que ha caído la Nueva Mayoría del concepto general de empresa y la satanización específica del lucro, como también la nueva beatería que se ha instalado en torno a la protección regulatoria de las pymes, demonizando a la gran empresa y tratando a las pymes como si no fueran el primer paso de aquellas, el salto lógico. Ello ha implicado una serie de tratamientos especiales en la reforma tributaria, educacional –si se piensa en las reglas especiales para los establecimientos educacionales de menos de 400 alumnos–, y ya se prevé para la reforma laboral.

Bajo este escenario, la derecha ha tenido que salir a la defensa de la empresa por buenas razones de principio, las que, con el caso Penta, no parecen más que una defensa de meros intereses corporativos ante la ciudadanía.

Finalmente, la “arista política” del caso Penta ha obligado a la derecha a enfrentar un  fantasma más nuevo en el plano de lo político-electoral: el voto voluntario. Bajo este sistema, las elecciones son consecuencia de procesos de movilización, persuasión y seducción política intensa: darle a los ciudadanos la gran razón para ir a votar, primero, y en seguida, que lo haga por los candidatos del sector. El discurso “cosista” y “eficientista” de la derecha de la última década –sumado a otros elementos claro está– tuvo un efecto fuertemente desmovilizador respecto de su propio electorado.

Es posible –como sostienen algunos dirigentes ante la reciente encuesta Adimark que muestra una caída dramática en la aprobación de la derecha a consecuencia del caso Penta– que la derecha ya tocó fondo frente a este crisis. Es cierto también que existe una serie de antecedentes que permiten estar optimistas respecto del potencial del sector–la creación de un nuevo referente que supere a la Alianza, no sólo en la marca, sino en un proceso de institucionalización más denso y complejo, que supere lo electoral; la figura del Presidente Piñera que sigue teniendo un gran respaldo en la ciudadanía; o el que exista una clase media emergente que, habiendo votado por ella, hoy se pone en la oposición a reformas radicales del gobierno que impactan sus proyectos de vida y valores–. Sin embargo, el cómo se enfrente a sus viejos fantasmas, será, a mi juicio, decisivo a la hora de volverse a parar como una alternativa a la Nueva Mayoría.

 

 

Columna de José Francisco García, Coordinador de Políticas Públicas de LyD, publicada en Tele13.cl.-

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