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Una delgada línea roja

El Libero

El Presidente electo Sebastián Piñera está abocado a la tarea de conformar su gabinete de ministros y subsecretarios, así como a buscar personas que se hagan cargo de las intendencias y gobernaciones, y de algunos servicios públicos claves.

Es una tarea importante, pues su primer gabinete marcará una línea de lo que ha de ser la gestión de gobierno. Debe desde ya conciliar varios criterios, algunos tradicionales, como el equilibrio entre políticos y técnicos, o entre hombres y mujeres; hasta otros propios del ambiente político actual, como dar cabida a rostros nuevos y más jóvenes en la política chilena, que superen la imagen de que son los mismos de siempre los que gobiernan. O decidir, también, si va a incorporar al gabinete a figuras que actualmente ejercen cargos de parlamentarios o alcaldes, cuestión esta última que a mi juicio debiera evitar, porque es como decirle a la gente —que eligió a esas personas para otra función— que su voto no tiene importancia alguna.

Pero por sobre todo, el gabinete debe ser uno de los principales instrumentos para lograr el declarado objetivo de que haya, al menos, dos administraciones sucesivas afines a la propuesta presidencial de Sebastián Piñera.

Es ésa una tarea delicada. Por una parte, el Presidente debe responder a la demanda de quienes lo eligieron, y una buena parte de ellos lo hizo porque creen que él va a recuperar el dinamismo de nuestra economía y a hacer posible la creación de más empleos. Para ello le ayudan las expectativas y la situación económica externa, pero le ponen trabas la delicada situación fiscal que deja el gobierno de Michelle Bachelet y una administración pública que concibe su rol más como el de quien pone obstáculos al desarrollo, que el de quien colabora con reglas del juego claras para resolver conflictos y permitir que el país avance.

Con todo, las probadas capacidades del Presidente Piñera nos hacen pensar que no será ésa la tarea más delicada. Si se quiere que el gobierno que lo suceda continúe con su obra, se requieren dos cuestiones que no siempre trabajan en la misma dirección.

Por una parte, es necesario mantener en la base de apoyo al gobierno a un electorado que es más de centro que de derecha. Eso significa atender a demandas de gente que le da un alto valor a los beneficios sociales en campos como la educación, la salud y la previsión. Lo importante, a nuestro juicio, es que ello se haga sin renunciar a los principios y al discurso al que adhieren la mayoría de los partidarios del Presidente Piñera, que es el del mérito y el esfuerzo personal. Ese es el segundo requisito para el éxito del nuevo gobierno, porque si se produce esta renuncia, serán nuestros adversarios quienes estarán ganando la batalla de las ideas, y la próxima elección, en consecuencia, será sobre la desigualdad, como en 2013, no sobre el crecimiento como en 2017. La elección que acabamos de ganar no fue sobre la desigualdad, porque esta vez la centroderecha no cayó en la trampa de tomar las banderas del adversario, que estaban sucias y a mal traer por el pésimo gobierno de Michelle Bachelet y su insensato programa.

Igual fue necesario hacer algunas concesiones para ampliar la base de apoyo de la centroderecha, como avanzar en mayor gratuidad en educación superior. Lo importante es que ello se haga como una concesión limitada por las prioridades presupuestarias de nuestro sector y no las de la izquierda; poniendo a los niños primero, tanto a los vulnerados del Sename como a los de nuestro sistema escolar de atención temprana. El gobierno de Sebastián Piñera avanzará en gratuidad, pero no porque crea en derechos sociales universales sin consideración alguna a prioridades sociales, y no porque esté dejando de lado la focalización del gasto social. Incluso el gobierno de Bachelet, en la práctica, renunció a la gratuidad en educación superior como un derecho social universal, como queda claro del proyecto de ley que envió al Congreso, el cual posterga ese beneficio hasta el infinito.

Mantener el equilibrio en esta materia no es simple, sobre todo por la tendencia de todos los gobiernos, incluido el primero de Sebastián Piñera, a pintarlo todo como un triunfo o un logro propio, cuando lo real es que la mayor parte del mérito siempre está en las personas, ya que la verdadera labor del gobierno en una sociedad de libertades es encauzar adecuadamente ese esfuerzo.

Ganar nuevamente La Moneda el año 2021 también requerirá que el gobierno de Sebastián Piñera sea capaz de avanzar en materias que el actual hizo muy mal, como el combate a la delincuencia, la gestión del sistema público de salud, la protección a los niños vulnerados, la modernización del Estado, el apoyo a la inversión y la situación de los migrantes, entre otras. Muchas veces, para alcanzar esos logros habrá que quebrar huevos y se requiere carácter para ello. El Presidente Piñera lo tiene.

Hacer un buen gobierno no será algo tan simple como moverse hacia el centro para conservar la base de apoyo que llevó al triunfo en segunda vuelta, ni tan fácil como encantar a la derecha que constituye su apoyo mayoritario para enfrentar con buenas posibilidades la próxima elección. Será algo mucho más complejo, que consistirá nada menos que en hacer ambas cosas.

En síntesis, el legado del Presidente Piñera se medirá en función de las condiciones del país al final de su mandato. ¿Estará Chile más cerca del desarrollo? ¿Habrá más oportunidades de trabajo para la gran mayoría de los chilenos? ¿Accederán éstos a mejores beneficios sociales? Y sobre todo, ¿serán las ideas del progreso, de la libertad, de la justicia y de la solidaridad las que prevalecerán de cara a la elección presidencial del año 2021?

 

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.-

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