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La apuesta de segunda vuelta

El Libero

Creo que Alejandro Guillier no es una mala persona. Tiene un carácter afable y opiniones que, si bien caen con frecuencia en el lugar común, son habitualmente moderadas. Eso respecto a sus opiniones, porque de verdad es más difícil afirmar que tenga muchas ideas acerca de cómo resolver los problemas que tienen los chilenos.

Es candidato a Presidente de la República de una coalición que tuvo una baja votación en las recientes elecciones. Los sectores más moderados que tradicionalmente han apoyado a esa coalición, socialcristianos y socialdemócratas, han salido muy debilitados después de la primera vuelta presidencial y las parlamentarias. De hecho, la Democracia Cristiana vive hoy una crisis y el PPD sufrió una baja importantísima en la elección de diputados.

En efecto, la dinámica de fragmentación y polarización que se vivió el 19 de noviembre deja a la centroizquierda sin una expresión moderada. En estricto rigor, no es que el electorado se haya izquierdizado —la centroderecha tiene su votación intacta y aumentó en varios parlamentarios—, sino que la izquierda se izquierdizó. Predominan ahora en esa coalición gente como Guido Girardi (PPD), que ha dicho que no tiene diferencias sustantivas con el Frente Amplio; o Fernando Atria, socialista, que es un referente intelectual para muchos actuales y antiguos dirigentes estudiantiles afines también al FA; o Yasna Provoste, una democratacristiana que está a la izquierda de la izquierda.

Así las cosas, de ser elegido Guillier sería una especie de administrador del fracaso de la Nueva Mayoría. Inevitablemente, su gobierno sería dominado por los sectores más ultras de su coalición y por el Frente Amplio, porque sin ellos y dada su escasa representación parlamentaria no tiene posibilidad alguna de aprobar una sola ley en el Congreso, entendiendo que no va a pactar con la derecha. Estaríamos frente a una suerte de bacheletismo sin Bachelet, un poco descafeinado, a la deriva y bailando al son de la música que le toque el Frente Amplio.

No es difícil prever que un gobierno con esas características acentuaría los problemas de falta de crecimiento y empleo en Chile, pero también el malestar de la gente. El Frente Amplio estaría al acecho para interpretar ese malestar.

Sebastián Piñera tampoco la tiene fácil en esta segunda vuelta electoral como candidato. Suponiendo que los votos de José Antonio Kast en su gran mayoría se le sumarán al ex Presidente, éste debe obtener otros votos para ganar. Lo está haciendo, consiguiendo por una parte el apoyo de Manuel José Ossandón, un voto más socialcristiano y popular, a cambio de algunas concesiones programáticas. También debe obtener votos del centro político, votantes de Carolina Goic y de Ciudadanos, entre otros. Varios democratacristianos, el ex ministro de Hacienda Eduardo Aninat entre ellos, ya le han manifestado su apoyo y seguirán haciéndolo. La mayoría de los dirigentes de Ciudadanos, con la excepción de Andrés Velasco, también ha anunciado su respaldo a la candidatura de la centroderecha. La estrategia de Piñera en ese sentido es adecuada, pues la segunda vuelta se ganará en un electorado de centro que no es solamente ideológico, sino un centro socio-demográfico de comunas urbanas de clase media, donde su mensaje no ha penetrado suficientemente y con el cual, en cambio, Beatriz Sánchez tuvo mayor empatía.

Piñera debe apostar a aumentar su votación en esos sectores y también a que un grupo de votantes de Sánchez no vaya a sufragar el domingo 17 de diciembre.

¿Por qué no lo harían?

Primero, porque parte de esos votos no son ideológicos, sino votos que alguna vez fueron para Ossandón u otros candidatos, y que tienen un cierto rechazo a los políticos tradicionales y sus formas de operar. Hay mucho voto de jóvenes que aprecian una aproximación más sencilla e informal a la gente. Alejandro Guillier no es una buena alternativa para ellos.

Segundo, porque para buena parte de los votantes más ideologizados de Beatriz Sánchez y el Frente Amplio, su proyecto político pasa por matar al padre. Alejandro Guillier representa en esta elección a esa vieja izquierda y, pese a su aversión a Piñera, no se sumarán a Guillier con entusiasmo, pues si éste gana inevitablemente se involucrarán en su gobierno y perderán la “pureza” de la que presumen. Por eso Revolución Democrática, quizás el grupo más influyente del Frente Amplio, ha sido ambiguo en su apoyo. De los 14 movimientos que conforman el FA, siete han dado libertad de acción a sus votantes y dos han dicho que no apoyarán a Guillier.

La segunda clave de un triunfo de Sebastián Piñera el 17 de diciembre, entonces, puede estar dada por los votantes de Beatriz Sánchez que no concurrirán a las urnas por Alejandro Guillier.

 

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.-

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