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Hay crecimiento… de la deuda pública

Pulso

La semana pasada, Cepal publicó un interesante documento donde se describe el Panorama Fiscal de América Latina y el Caribe. En él se menciona que la deuda pública bruta para el conjunto de los países de América Latina ha registrado una trayectoria ascendente, alcanzando un promedio del 37,6% del PIB en 2016, es decir, tuvo un incremento de 1,7 puntos porcentuales del PIB en relación con 2015 y es 30% mayor que el promedio de 2008.

Para el caso de Chile, sin embargo, se observa un incremento mayor de la deuda pública bruta, la cual pasó de 17,5% del PIB en 2015 a 21,7% del PIB en 2016. Es decir, si bien el nivel de nuestra deuda es más bajo que el promedio latinoamericano, esta ha crecido a mayor velocidad: 4,2 puntos porcentuales del PIB en sólo un año. Con respecto a 2008, en tanto, la deuda pública bruta chilena ha crecido más de cuatro veces.

Al mismo tiempo, la velocidad del endeudamiento fiscal ha encendido las alarmas en clasificadoras de riesgo: también la semana pasada, Fitch Ratings mencionó que las clasificaciones del Cono Sur están “sujetas a la gestión de las metas de consolidación fiscal, dada la alta presión que estos presupuestos tienen”. Es decir, su evaluación está sujeta a la estrategia fiscal que se siga en adelante. Debemos tener presente además que, aunque Chile tenga una deuda no demasiado alta en comparación con otros, tampoco goza de la credibilidad de países como Alemania, por ejemplo, y por lo tanto, no se puede dar el lujo de endeudarse mucho más.

¿Qué hacer? Primero, un diagnóstico de donde estamos: la evolución de la deuda pública bruta, básicamente tiene relación con los ingresos y con los gastos de gobierno. Si los ingresos son mayores que los gastos, la deuda baja. Si los gastos son mayores que los ingresos, la deuda sube.

Veamos qué ha pasado por el lado del gasto. Durante el año pasado el gasto total del gobierno central se ajustó fuertemente a la baja, pasando de crecer 7,4% real anual durante 2015, a crecer 2,7% real anual durante 2016.

Por el lado del ingreso, en tanto, se observa una baja en su tasa de crecimiento aún mayor: pasó de crecer 5,1% real anual a 0% real anual durante el mismo período. Este resultado se explica tanto por menores ingresos provenientes de la baja en el precio del cobre (que incide además en los menores ingresos tributarios provenientes de la actividad minera ligada a él), como también por los menores ingresos tributarios derivados de la pérdida de dinamismo de nuestra economía, que ha sido mayor a la esperada. En el Informe de Finanzas Públicas de octubre de 2016, se estimaba una tasa de crecimiento para 2016 de 1,75% y de 2,25% para 2017. Hoy, sólo cinco meses más tarde, sabemos que el crecimiento de 2016 fue de 1,6% y se espera un crecimiento menor que el anticipado para este año.

Es así como volvemos a la causa principal de todos los males: el crecimiento económico. Si bien el impacto del menor precio del cobre en las arcas fiscales es importante, la baja en el precio internacional de nuestra principal materia prima no es controlable.

No es así en el caso del menor crecimiento de los ingresos fiscales que se ha registrado vía tributación no minera. Por lo tanto, ¿qué hacer? La respuesta es nuevamente incentivar el crecimiento económico, el cual es esencial también para el Estado en sí mismo, necesario para poder hacer frente a los compromisos, muchos de los cuales se han visto incrementados en el último tiempo.

 

Columna de Carolina Grunwald, Economista Senior de Libertad y Desarrollo, publicada en Pulso.-

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