La baja participación en las elecciones del pasado domingo ha sido una verdadera ventana de oportunidad para algunos, para volver a impulsar la idea de contar con voto obligatorio en Chile. Se ha argumentado -mañosamente, a nuestro juicio- que altas abstenciones le restarían legitimidad al proceso eleccionario. Eso es no entender el problema: lo ilegítimo es que la ciudadanía habilitada para votar no pueda realizarlo, o que no se respete el principio de la igualdad electoral. La alta abstención, por cierto, genera diversos problemas para el sistema político, pero la ilegitimidad no es uno de ellos.
El voto voluntario es el sistema de las democracias más sólidas, como Estados Unidos, Inglaterra y Alemania.
En efecto, 30 de los 34 países que integran la OCDE cuentan con voto voluntario. En todos ellos se ha optado por dicho sistema pues se trata de naciones que valoran la responsabilidad de los votantes: es mejor promover que los ciudadanos elijan a sus autoridades, que obligarlos.
En ese sentido, consideramos que el cambio iniciado por nuestro país en 2012 es positivo, y volver atrás sería un despropósito.
Por lo demás, en las democracias con las que nos estamos comparando, las tasas de participación para elecciones locales no son tan distintas a las nuestras. El año pasado en Francia, por ejemplo, sufragó apenas el 50%; y en Costa Rica, país similar a Chile, en los comicios municipales de febrero votó apenas el 35%. Por supuesto hay países que nos llevan la delantera, como los escandinavos, pero las brechas no son irremontables. Al contrario, todos estos países han desarrollado estrategias para hacer más amigable el ejercicio de votar, de las que podemos aprender, pues en acciones para promover el voto -hay que decirlo- Chile está en deuda.
¿Cómo podemos pavimentar el camino para una mayor participación electoral? Proponemos tres simples ideas: en primer lugar, instaurar el voto electrónico. Tanto por economía y logística, como por precisión en los resultados, no hay excusas para frenar esta iniciativa. El voto electrónico permitiría contar con información fidedigna en menos tiempo, eliminaría la eventualidad de votos confusos, y facilitaría la votación remota desde otro punto del país, o incluso desde el extranjero. Una segunda idea es que los ciudadanos puedan elegir su local de votación. Si queremos que más gente participe, no tiene sentido enviarlos al otro rincón de la comuna. Y, en tercer lugar, se debiera permitir el voto anticipado. Se ha probado en otras democracias y el efecto ha sido positivo, entre otras razones, porque permite la participación de ciudadanos que deben ausentarse de su ciudad de votación el día de la elección.
En momentos como este, tras una elección que ha remecido a toda la clase política por diversas circunstancias, debemos plantearnos en serio la modernización de nuestra estructura electoral. Pero avanzar en la dirección correcta pasa por hacer más amigable y fácil la participación electoral, y no por poner imposiciones que pueden ser resistidas por parte importante de la ciudadanía. Obligar a votar, en épocas de falta de confianza como la actual, puede ser un remedio que -lejos de curar la enfermedad- termine por agravarla.
Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Social de LyD y
Roberto Munita, Master en Gestión Política GWU, en Voces La Tercera.-