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Prioridad número uno

El Mercurio

"Estamos tristes, pero las cosas mejorarán", declaró recientemente un conocido empresario inmobiliario. Tal vez sea porque ya termina el invierno. O porque los dos candidatos más competitivos para la próxima elección presidencial son ex presidentes, líderes fogueados y de tonelaje, que difícilmente se dejen arrastrar por desvaríos ideológicos o ensueños populistas como los que nos han metido en este socavón.

Es verdad que no hay mucho de qué alegrarse. El Imacec mostró a julio un crecimiento interanual de solo 0,5% en la actividad económica. El Ipec, un indicador de expectativas, marcó en agosto el nivel más bajo en quince años. Según sondeo de Cadem, un 75% de la gente piensa que vamos por mal camino. El Banco Central informa al Senado que calcula que, durante el cuatrienio de la Presidenta Bachelet, el avance económico será de apenas 2% anual.

Pareceríamos estar acostumbrándonos. El panel de 17 expertos, de variada extracción, al que el Gobierno recurre para la confección del presupuesto fiscal, ha situado en solo 3% anual nuestra capacidad de crecimiento de mediano plazo. Una economía apenas capaz de reptar es imposible que atraiga suficientes inversiones o sostenga suficientes gastos.

La trayectoria histórica que describen los expertos para el así llamado "crecimiento potencial" no puede ser más reveladora: hasta mediados de los años noventa, nuestro potencial habría sido de 7% al año; cae luego hasta 4% entre el 2000 y el 2012 (con cierto repunte al final); a contar del 2014, desciende al 3%. No hay pues un "frenazo", susceptible de superarse oprimiendo oportunamente el acelerador. Lo nuestro es una declinación sistemática -por ya 20 años- en el dinamismo productivo, que va mucho más allá de lo explicable por el ascenso a un estadio superior de desarrollo. Y lo más sorprendente es que no parece importar el hecho: nadie, por ejemplo, desde la oposición, llama la atención sobre el penoso veredicto de los mentados 17 expertos.

El presidente del Banco Central, Rodrigo Vergara -que concluye exitosamente su gestión-, ha destacado en su informe anual al Senado que restablecer nuestro dinamismo económico es algo que debemos "asumir como prioridad". Tiene toda la razón. Agrega, por las dudas, que no son las políticas fiscal o monetaria las llamadas a ello y que el espacio para políticas anticíclicas es hoy muy limitado.

Es prioritario plantear un camino creíble a crecer. A eso habrán de abocarse los líderes que disputen el sillón presidencial. Desde luego, tendrán que hablar fuerte y claro sobre su voluntad de cambiar de rumbo, de redirigir el timón hacia el desarrollo, que abre oportunidades a todos, en lugar de la mera redistribución. Para impulsar la inversión y la competitividad, serán necesarias medidas convincentes, aunque resten votos. Pero estoy seguro de que, como se ha demostrado tantas veces, unas pocas buenas señales bastarán para encender los motores del crecimiento.

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