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De la reforma agraria a la constitucional

El Mercurio

¿Podemos sacar lecciones de la reforma agraria para tenerlas en cuenta en el proceso constitucional? Dos seminarios a propósito de los 50 años de la reforma agraria muestran interesantes semejanzas entre ambos procesos. Uno fue en la Biblioteca Nacional y el otro en Libertad y Desarrollo.

La primera coincidencia se da a nivel de contexto. Como señaló el Ministro de Agricultura, Carlos Furche, la reforma agraria fue el fruto de un largo proceso en el que influyeron la revolución cubana y los extendidos índices de pobreza. Pero también su origen se encuentra en la crítica a instituciones básicas como el derecho de propiedad. Éste se vio severamente debilitado por la vía de los hechos y de la reforma constitucional del 67.

Algo similar se aprecia cuando se habla de cambio constitucional. La crítica también ha tomado la forma de un cuestionamiento de reglas institucionales básicas como son el rol del Congreso Nacional, las reglas vigentes de reforma constitucional y la democracia representativa. Incluso fórmulas extra institucionales llegaron a adquirir inusitada fuerza.

La segunda coincidencia se aprecia en el diagnóstico… o más bien en la falta de uno. Para algunos la reforma agraria era necesaria para mejorar la producción y la situación de los campesinos. Para otros el problema era más ideológico: cambiar la estructura económica del campo y romper la hegemonía social y política del patrón.

El problema constitucional también carece de un diagnóstico compartido. Para varios el problema es su origen: que la Carta vigente haya nacido en dictadura la invalida hasta el día de hoy sin que las reformas y su ejercicio hayan logrado sanearla. Para otros el problema es su contenido global y hay quienes buscan recuperar los “afectos”. También hay de aquellos que ven en la batalla constitucional una cuestión ideológica contra eso que ha venido a llamarse "el modelo".

La tercera coincidencia se vincula con las expectativas. La reforma agraria, prometía Frei, crearía 100.000 propietarios. También se planteaba como el medio para tecnificar la agricultura o para crear formas asociativas mucho más productivas. Nada de eso se cumplió.

En el debate constitucional, ésta ha sido irresponsablemente calificada como la causa de todos los problemas. Y por eso las expectativas de una nueva son altas. CADEM muestra que los chilenos creemos mayoritariamente que la nueva Constitución mejorará nuestra salud y educación y que hará de Chile una sociedad con menos desigualdad. Pero sabemos que en eso la Constitución tiene poco que ver.

Estas son coincidencias que muestran que el camino que estamos recorriendo en materia constitucional se asemeja, en alguna medida, al que recorrimos hace décadas con la reforma agraria. ¿Qué podemos aprender para que este proceso constitucional no sea tan traumático como fue la reforma agraria? Al menos tres aspectos se tornan evidentes.

El primero es ponderar correctamente el contexto. El debate actual solo tiene ropajes constitucionales pero sus fuentes se hunden en un cuestionamiento intenso al modelo de sociedad que Chile ha construido en las últimas tres décadas. Por eso no es sabio sentarse a esperar que pase la ola. Lo razonable es entrar en el debate, revelar las trampas e ir acotando la cancha para discutir aquello que de verdad puede resolver un cambio constitucional.

El segundo es compartir un diagnóstico. Si la crisis es de confianza, probablemente un debate constitucional global nos distrae de lo relevante. O dicho de otra forma, ¿cuáles son las reglas o instituciones concretas que requieren una modificación para resolver el problema diagnosticado? En esta curiosa narrativa constitucional, donde no importa el contenido sino solo el mecanismo, hemos dejado de poner atención a los diagnósticos concretos para quedar sometidos a un debate sin orilla. Y ello es producto de la falta de diagnóstico donde el Gobierno, quien ha liderado el discurso en esta materia, no hace nada por acotarlo. 

Y la tercera lección es dejar las metáforas grandilocuentes y moderar las expectativas: la constitución no tendrá por efecto mejorar la educación ni nuestro bienestar; tampoco será “escrita entre todos”. Posiblemente, y solo si lo hacemos bien, las cosas seguirán bastante parecidas a lo que ha venido ocurriendo en Chile en las últimas décadas: un país que progresa paulatinamente y que, con políticas públicas adecuadas, sube al carro del desarrollo a los más postergados.

Columna de Sebastián Soto, Director del Área Constitucional de Libertad y Desarrollo, en El Mercurio.-

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