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La gran estafa de la izquierda latinoamericana

El Democrata

Con el advenimiento de la tercera ola democrática, la izquierda latinoamericana fue catapultada a un sitial de superioridad moral desde el punto de vista de las credenciales y el apego a los principios democráticos. Sin embargo, los últimos acontecimientos de corrupción que se develan día a día y golpean a los gobiernos socialistas y populistas de la región, desnudan que la izquierda no solo ha hipotecado su capital de credibilidad sino que también ha traicionado las esperanzas de sus pueblos que ven cómo día a día sus gobernantes enriquecen sus cuentas corrientes personales, mientras deprimen las economías de los países que conducen.

Sabíamos que mientras la izquierda argentina hizo del justicialismo una derivación del patrimonialismo, el chavismo en Venezuela derrochaba la riqueza de sus pozos petroleros sosteniendo financieramente al socialismo del S. XXI en tiempos de bonanza, cuando sus compatriotas eran expuestos a un crudo régimen de escasez. Pero una parte de la saga -y quizás la más interesante- sobre la corruptela progresista era desconocida a nuestros ojos: el episodio de Brasil.

Brasil en algún momento encarnó la esperanza de una izquierda renovada, pragmática y donde podía coexistir el socialismo con el desarrollo económico, dejando aparentemente de ser esta relación un oxímoron. Pero hoy sabemos que esta izquierda brasileña -particularmente el Partido de los Trabajadores, la arteria principal de los vasos comunicantes del progresismo latinoamericano- hizo uso y abuso de empresas estatales como Petrobras mediante una tejida red de corrupción que tiene entre las cuerdas a una de las figuras más emblemáticas de la izquierda latinoamericana del S.XX: Lula Da Silva. De este modo, mientras Lula llenaba uno de los bolsillos de las clases populares y medias, mediante política social y subsidios (bolsa familia fue el más reconocido de estos programas), atacaba el otro, cobrando jugosas comisiones para las cuentas corrientes de los "empresarios Lula" (ex sindicalistas devenidos en miembros de directorios de megaempresas) y estructurando una compleja asociación ilícita de lavado de dinero, en la denominada Operación Lava Jato.

Pero quizás el aspecto más indignante de esta trama sea el hecho de que la izquierda latinoamericana también ha llevado la ideología de la corrupción a las instituciones políticas. Sin pudor alguno, Lula Da Silva ha aceptado tomar posición del cargo de Ministro a efectos de soslayar un proceso de acusación judicial en su contra, el mismo que en 1988 declarara "cuando un pobre roba, va a la cárcel; cuando un rico roba, se convierte en ministro". Al mismo Lula, que con sus hechos, traicionó la confianza de los brasileños, hoy también lo traicionan sus palabras.

Queda demostrado entonces que esa izquierda, finalmente, no tenía mayor legitimidad para presentarse frente a la opinión pública como custodios de los intereses del pueblo, defensores de los desfavorecidos y actores intachables en materia de convicciones democráticas. Los líderes de la izquierda latinoamericana cambiaron la guerrilla por un nuevo atrincheramiento, un atrincheramiento en las instituciones del Estado para resguardarse -cobardemente- de las consecuencias de sus actos.

Ese viejo relato de la superioridad moral de la izquierda latinoamericana ha sido una gran puesta en escena en el anfiteatro político latinoamericano: la gran estafa de la izquierda latinoamericana.

 

Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Sociedad y Política de LyD, publicada en El Demócrata.-

 

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