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Después de la bonanza

El Mercurio

Por diez años los precios de nuestras exportaciones mineras volaron por las alturas, elevaron nuestros ingresos, engrosaron las arcas fiscales e inflaron las expectativas de todos. Pero he aquí que la inesperada fragilidad que empieza a mostrar China -el gran propulsor del auge- nuevamente nos pone ante la ingrata perspectiva de la vuelta a los tiempos de estrechez. ¿Cómo hemos de reaccionar?

Tal vez, primero, una aclaración: aunque la reciente caída del metal rojo ha despertado explicable temor, en términos reales aún se sitúa sobre su promedio histórico. Además, en este año, la también muy fuerte disminución del costo del petróleo nos está haciendo ahorrar más de lo que perdemos por el cobre. Valga el comentario para refutar a quienes pretendan escudarse en ello para justificar el decepcionante desempeño de nuestra economía durante lo que va corrido del año.

La preocupación es que el cobre ingrese a una fase descendente tan pronunciada y larga como la que hemos sufrido en el pasado. Como es sabido, de ocurrir esa eventualidad, estamos preparados. Como tomamos la precaución de ahorrar durante el auge, ahora podemos enfrentar el mal tiempo sin recurrir a traumáticos ajustes en las cuentas externas y fiscales.

Sin embargo, durante la prolongada bonanza terminamos calibrando los gastos públicos y privados a una expectativa de precio de cobre -en torno a US$ 3,0 por libra- que hoy parece demasiado optimista. Ante un deterioro en las perspectivas de mediano o largo plazo en un factor tan clave como el cobre, no hay alcancía que aguante. Aunque contamos con los recursos para proceder con calma, el desafío hoy es adoptar en Chile las medidas necesarias para recalibrar los presupuestos y volver a crecer ahora sin la ayuda de un cobre alto.

Gracias a nuestro régimen de tipo de cambio flotante, el dólar ha podido subir libremente y dar a los emprendedores la señal de volcar sus energías hacia las exportaciones agrícolas, industriales y pesqueras. Pero para que esa señal opere con toda su potencia, es necesario que estos tengan la confianza de que la rentabilidad de sus inversiones no será arrasada con impuestos, regulaciones y alzas artificiales de salarios. Para contener los costos, y hacer que el alza real del dólar se sostenga, es necesario mantener la inflación a raya, lo que exigirá a las autoridades respectivas -como han adelantado- refrenar la fuerte expansión monetaria y fiscal del presente año.

Adicionalmente, hay que retomar la agenda de impulso competitivo, pues solo el aumento de la productividad permitirá -simultáneamente- desarrollar las exportaciones, elevar las remuneraciones reales y contener la inflación. Aunque algo avanzamos en emprendimiento e innovación durante la bonanza, debimos haber hecho más. Puede que no sea una calamidad el fin de la bonanza. Es en la adversidad que Chile antes ha sabido salir adelante. Es hora de dejarse de desvaríos ideológicos y volver a hacer políticas públicas en serio.

 

Columna de Juan Andrés Fontaine, Consejero de LyD, publicada en El Mercurio.-

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