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Ni por las tapas

El Libero

Luis Larrain LYDLa entrevista en La Tercera a Michelle Bachelet nos dejó algo claro: no hay que hacerse ilusiones, este gobierno no va a enmendar el rumbo. Quienes creíamos que en este segundo tiempo podíamos pasar a lo que tradicionalmente en la política chilena se llamó un “gobierno de administración”, en que se renunciaba a efectuar grandes reformas y transformaciones para privilegiar un término ordenado del período presidencial, sin grandes sobresaltos, que permitiera reducir los graves efectos sobre la calidad de vida de los chilenos que tiene una economía estancada y una población incrédula, simplemente nos equivocamos. Fue simplemente “wishful thinking”, como dijo la Presidenta.

Así, el reciente anuncio del ministro de Hacienda Rodrigo Valdés acerca de modificaciones a la reforma tributaria debe interpretarse no como una concesión a los críticos a la reforma, sino como un mínimo sentido de realidad para permitir que la ley tributaria opere y en este país sea posible pagar y recaudar impuestos. Los efectos económicos adversos, especialmente en la inversión y empleo, permanecen inalterados.

Una lectura aún más pesimista nos diría que el anuncio del ministro Valdés es una notificación de que respecto a la reforma en que sí pudo morigerarse el daño inminente al empleo, la laboral, no hay que hacerse ilusiones. Grave, si consideramos que según varios analistas y políticos, entre ellos Óscar Guillermo Garretón, la actitud que el gobierno tomara frente a las variadas opiniones de economistas que, por ejemplo, recomendaban el reemplazo interno durante la huelga, sería una suerte de prueba de fuego acerca del verdadero significado del realismo sin renuncia.

¿Por qué persistir en llevar adelante un programa que a todas luces no es del gusto de la ciudadanía? La Presidenta ha dicho que se han comunicado mal las reformas y que, además, algunas han tenido problemas técnicos en su implementación. ¿Pero puede ello explicar que una Presidenta que ganó una elección con el 64% de los votos tenga ahora un apoyo de 22% de la población y un rechazo de 70% según la última encuesta CADEM?

Como no podemos atribuir, sin más, contumacia a la Presidenta, intentaremos explicar lo que puede estar ocurriendo.

La Presidenta se niega a creer que la gente haya cambiado tanto de opinión. Afirma que la demanda por mayor igualdad sigue presente en la sociedad chilena, cree que la mayoría sigue pidiendo una mejor calidad de la educación y acceso a ésta, dado que todavía sigue siendo demasiado cara para muchos chilenos. Hasta aquí podríamos estar de acuerdo con ella.

Pero resulta, Presidenta, que las reformas que usted ha llevado adelante en su mandato no logran, ni por las tapas, esos objetivos. La reforma tributaria aumentará la desigualdad al dejar sin empleo a cientos de miles de jóvenes pobres que sufrirán en carne propia el negativo efecto que tiene un impuestazo sobre el crecimiento económico. Es cierto que algunos de sus ministros y economistas afines le dijeron otra cosa cuando afirmaron que no afectaría la inversión y que perjudicaba sólo al 1% más rico. No quiero calificar si se equivocaron o no ejercieron con el rigor suficiente la honestidad intelectual que uno espera de tales especialistas. El hecho es que le fallaron.

La reforma educacional no avanzará un milímetro en resolver el principal problema que tiene la educación chilena que es la calidad, ni tampoco dará una buena solución para otra debilidad de nuestro sistema que es el acceso. Por el contrario, la insensata reforma de Nicolás Eyzaguirre se ha empeñado en deteriorar la calidad y los recursos de los colegios particulares, sin mejorar los públicos. Sus propuestas en materia de gratuidad, por su parte, favorecen a los estudiantes de universidades estatales y tradicionales y perjudican a las privadas y centros de formación técnica e institutos profesionales, sin atender a la condición económica de los estudiantes: pura ideología.

Sí Presidenta, los chilenos quieren cambios, pero no esos cambios. Y la equivocada lectura que sus asesores le dieron al movimiento estudiantil y otras manifestaciones, en el sentido que aquí había un giro a la izquierda y al socialismo, es, en definitiva, responsable de haber elaborado un programa tan insensato. Esa lectura, convengamos, no fue sólo de la izquierda.

 

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de LyD, publicada en El Líbero.- 

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