Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Hipocresía revolucionaria: primer año de Bachelet

Pulso

 

Parece una misión imposible a la hora de realizar un balance del primer año del gobierno de la Presidenta Bachelet, no someter su proyecto refundacional –plasmado en un programa de gobierno que hoy tiene connotaciones bíblicas, a pesar de los esfuerzos de la DC por incluir evangelios apócrifos a éste–, a los exigentes estándares morales que la propia revolución –sus jacobinos al menos– impusieron en el debate público chileno, aunque defraudándolos.

JFGAlgo de lo que ha sucedido este primer año de gobierno de Bachelet me recuerda el magnífico ensayo “Sobre la revolución” de Hannah Arendt, donde la autora analiza el rol que la hipocresía y la pasión por su desenmascaramiento jugaron en la Revolución Francesa. La Revolución, sostuvo Arendt, antes de proceder a devorar a sus hijos, los había desenmascarado, y la historiografía francesa, a lo largo de siglo y medio, ha reproducido y documentado todas estas revelaciones hasta que no ha quedado ninguno de los principales personajes que no haya sido acusado o, al menos, suscitado sospechas de corrupción, duplicidad y mendacidad. Con sólo tocarlos, sostuvo citando a Michelet, “los falsos ídolos se desmoronaban y quedaban al desnudo, y la carroña de los reyes se manifestaba sin ropajes ni disfraz”.

Porque a pesar de mostrar distancia aparente con la teoría de la retroexcavadora –el paradigma de los nuevos valores y la persecución a la hipocresía neoliberal y a los concertacionistas complacientes (que hoy son lo mismo)–, Bachelet jamás dejó de utilizar la contundente mayoría oficialista en el Congreso para avanzar su agenda legislativa, “aplanando” a la oposición. Y si bien con la reforma tributaria, la evidencia mostraba cómo el slogan de hacerla contra los poderosos de siempre no era más que una quimera, con el inicio del debate de la reforma educacional –aquel que ponía fin al lucro, la selección y el financiamiento compartido y que con mucha ayuda de líderes de opinión rebautizaron como de “inclusión escolar”– quedaba claro que para los líderes de la Nueva Mayoría una cosa era experimentar con los niños de la clase media chilena y otra, muy distinta, con sus propios hijos. El lucro, los privilegios y los abusos debían ser perseguidos también en el campo educacional; cualquier participación privada en la provisión de servicios públicos resultaría así sospechosa.

Con el escándalo “Dávalos Bachelet” o “Nueragate”, las pretensiones de justicia y universalidad de su programa de gobierno se derrumbaron, al menos simbólicamente. Los valores de la revolución se aplican a todos, excepto a la elite de izquierda. Más aún, se hizo bastante evidente que entre salvar a su hijo y a la República, eligió lo primero. Digno de una madre; no de la Primera Mandataria. Y aunque es cierto que este escándalo aceleró la distancia que tenía con la ciudadanía, se trataba de una distancia que se había generado especialmente tras la reforma educacional. Desde fines de octubre del año pasado sus niveles de desaprobación comenzaron a superar los de aprobación, rondeando hoy estos últimos la zona de los magros 30 puntos.

La gran pregunta que queda abierta hoy tras el “Nueragate” es en qué pie queda el proyecto de refundación de Bachelet. Entre las alternativas de continuar con el frenesí legislativo,  sacando adelante el programa  a todo evento –la tesis jacobina– o volver a la moderación concertacionista de los grandes acuerdos –la tesis girondina–, optará por la primera tanto por convicción como para evitar una derrota política significativa. Por lo demás, las discusiones en torno a la reforma laboral o a la de educación superior parecen pacíficas al interior de la Nueva Mayoría. Tal vez el debate constitucional pueda ser algo más complejo. Asimismo, no queda clara la posición en la que quedará el Ministro Peñailillo a quien debiera empoderar como jefe de gabinete (¿o será Eyzaguirre?). Más aún, para algunos en la izquierda, mayores espacios de hegemonía de las tesis conservadoras que moderen a la Nueva Mayoría, esto es, los matices de la DC o la elección de Camilo Escalona en el Partido Socialista –un girondino–, genera espacios a la conformación de una izquierda que siga el modelo de “Podemos” en España. Lo anterior es particularmente grave bajo un escenario en que ni existe un sucesor presidencial claro al interior de la Nueva Mayoría y la cantinflada de buscar la reelección de Bachelet atenta contra dosis mínimas de estética realismo, y un Marco Enríquez-Ominami pensando, en menos de un mes, nuevamente en el camino propio.

Bachelet debe actuar rápido; aunque suene paradójico le queda poco tiempo de gobierno para implementar su programa, y sabemos que la política es también la administración eficaz del tiempo. Basta pensar que en paralelo al discurso del 21 de mayo del próximo año ya estaremos en el comienzo de un nuevo ciclo electoral, en plena campaña de primarias para las elecciones municipales de fines de octubre y su protagonismo comenzará, indefectiblemente, a decaer.

 

Columna de José Francisco García, Coordinador de Políticas Públicas de Libertad y Desarrollo, publicada en Pulso.-

 

 

Tags:

otras publicaciones

El Mercurio

El Líbero