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LA LECTURA RECOMENDADA DEL ACADÉMICO DE CEDICE LIBERTAD, CARLOS GOEDDER

Carlos Goedder, Miembro académico del think tank venezolano Cedice Libertad nos recomienda:

Heavens in Earth. How to create mass prosperity.

J.P. Floru

(Biteblack Publishing, 2013, 256 páginas)

El investigador J.P. Floru ha publicado una colección de casos exitosos para generar bienestar colectivo. Esto se logra con el respeto a los derechos de prosperidad, la reducción de la dimensión del sector público, la creación de una legislación simplificada sobre empresas y trabajadores, junto a disciplina fiscal y monetaria. Lo interesante es cómo diferentes países han transitado la senda hacia esos logros. Entre ellos, sólo hay un caso en Latinoamérica: Chile. Es también el único país hispanoparlante en la muestra, compuesta por EE.UU., Alemania, Reino Unido, Hong Kong, China, entre otros.

El caso chileno contempla lo ocurrido desde que Salvador Allende llegó al poder en 1970, siendo el primer mandatario marxista electo por sufragio. Lo interesante al contar el episodio es que Allende no fue electo mayoritariamente: sacó 36,6% de los votos, frente a 35,3% de su oponente Jorge Alessandri, lo cual significaba 40 mil votos de diferencia entre tres millones de electores. Como bien señala Floru “dos tercios de los votantes no habían votado por un gobierno marxista”. El Congreso ratificó al candidato más votado siguiendo la tradición democrática chilena. Lo que vino después es lo más parecido al totalitarismo chavista venezolano, si bien Chile detuvo el comunismo en tres años, mientras Venezuela lleva catorce años bajo él.

La presidencia previa a Allende, del demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva, ya había iniciado procedimientos como la expropiación de tierras. Allende partió de ese espíritu, rescató una ley olvidada de 1932 para intervenir empresas privadas y nacionalizó los principales sectores privados. En 1973 había 592 empresas públicas chilenas, mientras al tomar el poder Allende, tres años antes, existían 67; el 40% del PIB chileno era producido por este hipertrofiado sector público resultante de las nacionalizaciones.

Para 1973, Chile bajo Allende tenía estos indicadores económicos: gasto público igual a 70% del PIB; déficit fiscal de 30,5% del PIB (el venezolano en 2013, en pleno auge petrolero, es 18%); inflación anual de 605% (se duplicaban los precios bimestralmente, según dice Floru). El desastre estaba servido para un golpe militar.

La historia chilena habría podido seguir el curso de tantos excesos comunistas, populistas y militaristas como Argentina o Perú. Augusto Pinochet pudo sumir a su país en ruina moral y económica. Afortunadamente, había un equipo de economistas preparando una propuesta para el Chile post Allende.

Las autoridades estadounidenses lideradas por Albion W. Patterson consideraron en 1953 que una de las maneras más eficaces para contribuir con economías subdesarrolladas era preparar buenos universitarios en economía. El rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile aprovechó la oportunidad con un acuerdo de cooperación. Entre 1956 y 1964, se formaron 26 economistas chilenos en la Universidad de Chicago. Esta universidad lideraba el estudio de economía de mercado, favoreciendo enfoques de liberalismo económico en muchas materias.

Los economistas chilenos formados en Chicago se tomaron en serio el aplicar en su país conceptos de liberalismo económico. Lo primero fue logar imponerse en los medios académicos de su país, lo cual lograron por apoyo de los propios estudiantes. Lo siguiente fue trabajar de manera privada en preparar una propuesta para la política económica chilena. Reuniéndose los días lunes por varios años, este grupo de académicos trabajaron en ofrecer una alternativa al proteccionismo comercial chileno y a la vocación estatalista vigente en los años 60.

La historia chilena alienta sobre el peso que pueden tener los think tanks y ONGs privadas para corregir las políticas públicas. La reseña de Floru menciona como ejemplo a Libertad y Desarrollo.

Los “Chicago Boys” chilenos pudieron poner en práctica sus ideas. Sus medidas relevantes incluyeron: salirse del proteccionista Pacto Andino, firmar acuerdos comerciales bilaterales, privatizar empresas públicas, crear una tasa única de impuesto corporativo al nivel de 18% sobre beneficios en 1975 (reducido a 16% en 1984) y bajar la tributación sobre renta (tipo máximo de 40%). Un error fue dejar el tipo de cambio fijo. Esto generó una apreciación artificial de la moneda, redujo la competitividad comercial, ralentizó el crecimiento vía exportaciones y exacerbó una burbuja de activos que estalló con la crisis bancaria y de deuda pública que tuvo Latinoamérica en 1982. La adopción de un tipo de cambio flexible fue la elección y apuesta del ministro de Finanzas desde 1985, Hernán Büchi, y la independencia del Banco Central fue otra de sus banderas.

No obstante, Floru señala: “El más importante logro de las reformas chilenas fue la introducción de un sistema de pensiones privado. Ha sido copiado en al menos 20 países”. En 1996 tuve el gusto de recibir con Cedice y la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas a un personaje clave en esta reforma, el ministro José Piñera.

El sistema es bastante conocido hoy: permitir que los trabajadores depositen en cuentas privadas los fondos para cuando llegue su jubilación, eligiendo entre instituciones financieras especializadas, las Administradoras de Fondos de Pensión (AFPs). La dimensión del sistema es considerable: sus fondos representaban 59% del PIB chileno en 2005, siendo que en 1981 apenas representaban 0,81% del PIB. Una advertencia del libro es que este logro dista de salir gratis para quien quiera replicarlo: el Estado debe subsidiar la migración de las pensiones públicas al sector privado y la garantía de una pensión mínima a los ciudadanos, aunque estos sean incapaces de cotizar lo suficiente para obtenerla o haya una crisis en las AFPs.

Lo cierto es que el rendimiento para los cotizantes en las AFPs ha sido de 12,8% real entre 1981 y 1996 según Floru. Con este sistema se logra algo que señalaba el difunto ensayista Peter Drucker: los trabajadores acaban siendo, mediante el mercado de capitales, los mayores accionistas de las empresas privadas, algo que Marx ni por delirio previó en su lucha entre capital y trabajo. Una crítica de Floru es que aún sigue siendo alta la comisión de gestión que aplican las AFPs.

La democracia arribó en 1990 y mantuvo el legado económico de Pinochet, muy interesante para fines institucionales. Las cifras que aporta Floru son elocuentes sobre el éxito de esta historia: la pobreza en Chile es de 11,9% de la población en 2009, contra 51,3% de Bolivia, 26% de Brasil, 27,4% de Venezuela y 30% de Argentina; el PIB per cápita chileno es de $US 17.400 siendo Argentina el único superior en Latinoamérica por muy poco: $US 17.700, siendo que el tipo de cambio argentino está sobrevaluado artificialmente. La inflación chilena es de 3,3% y el crecimiento anual en 2011 fue de 6,5%. El desempleo no lo ha tenido España en sus mejores tiempos económicos: 6,6%. La evasión fiscal se estima en 22% de la recaudación máxima potencial.

Es evidente que otras naciones en desarrollo y de habla hispana pueden seguir el ejemplo chileno, sin tener que pasar por la interrupción democrática a que se vio sometido ese país. El logro chileno correspondió realmente a unos jóvenes economistas que se educaron en liberalismo económico y convencieron a los políticos de aplicarlo desde organizaciones académicas privadas.

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