¿Deben y, sobre todo, podrán el Estado, sus gobiernos y políticos, mediante el instrumento de una educación centralizada, comunicar una cultura que lleve a nuestros hijos a su pleno desarrollo? ¿Es la educación gubernamental el instrumento que puede abrir caminos hacia el mejor futuro posible? Tanto los informes nacionales como los internacionales ponen en evidencia un fracaso escandaloso de la educación estatal, un mal que incluso ha logrado permear el ámbito de la educación particular.

Hasta ahora, salvo notables excepciones que confirman la regla, en vez de dotar a nuestros hijos de las herramientas que les abran paso en un mundo turbulento y vertiginoso, lo que hemos hecho es delegar lo indelegable a los aparatos políticos. Nuestras familias han dejado su responsabilidad paternal en manos de burócratas para quienes la educación del hijo ajeno no compite en prioridad con la necesidad de lograr permanencia y otras aspiraciones indignas.