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La izquierda acorralada

El Libero

El Partido Socialista ha sido siempre protagonista de las decisiones que han marcado el camino de la izquierda en nuestro país. Desde el famoso Consejo de Chillán, que señaló la vía revolucionaria y que tanta incidencia tuviera en el devenir de Chile a principios de los setenta, hasta la decisión de seguir la vía institucional y aliarse con la Democracia Cristiana para conformar la coalición que gobernó Chile a contar de 1990, las posturas del PS han sido claves. La semana pasada, la directiva determinó que será el recientemente elegido Comité Central del partido quien decidirá el candidato presidencial del PS.

En la práctica, esto significa que sus 111 integrantes deberán dirimir entre un candidato que marca poco en las encuestas pero que se identifica con la trayectoria y el pensamiento del partido, Ricardo Lagos; y otro candidato que marca más en las encuestas, pero cuyo pensamiento hasta ahora no ha sido habido, Alejandro Guillier. Las apuestas están a favor de la idea que el PS finalmente nominará a quien tenga mejor posición en las encuestas y ven, por lo tanto, que todo esto ha sido un procedimiento para hacer posible el apoyo de los socialistas a Guillier.

Hay quienes en la izquierda ven en esta situación una renuncia del Partido Socialista a su rol histórico de liderar a la izquierda y acusan que de un partido militante se ha transformado en un partido clientelar, conformado a partir de redes de índole estatal municipal o parlamentaria, pero sin un proyecto claro para Chile.

Hay varios factores que explican este fenómeno, similar por lo demás al que han sufrido sus socios de la Democracia Cristiana en cuanto a la característica clientelar y a lo difusa que aparece su identidad. De partida, el socialismo está en una crisis similar a nivel mundial. La tercera vía que encarnaron Felipe González o Tony Blair con sus proyectos socialdemócratas exitosos en lo económico, es repudiada por la izquierda con tanta virulencia como la que exhiben aquí en Chile grupos que rechazan a Ricardo Lagos, y lo han convertido a él en símbolo de lo que la nueva izquierda quiere dejar atrás.

De hecho, la izquierda tradicional chilena corre el riesgo de transformarse, con el transcurso del tiempo (como puede ocurrir en España), en la cuarta fuerza política del país. Acorralada entre una derecha tradicional que aparece unida, un centro político que podría perfilarse a partir de la DC y movimientos y partidos emergentes, y el Frente Amplio, que desde la izquierda plantea posturas radicales y rupturistas, y que tiene como principal objetivo político derrotar a la izquierda tradicional.

Pero hay también un factor interno que ha pasado inadvertido y que conviene revelar: el fin del sistema binominal.

En efecto, el imaginario colectivo alentado por la izquierda y recogido por los medios de comunicación era que el sistema binominal favorecía a la derecha y le daba una protección frente a la mayoría de izquierda. Sin embargo, el análisis numérico de las elecciones (Libertad y Desarrollo publicó un estudio al respecto) arrojaba una conclusión distinta: el sistema binominal sobre representaba a los dos bloque mayores y de hecho favoreció en más ocasiones a la Concertación que a la Alianza de centroderecha. Tanto difundió la izquierda esta especie de que el sistema beneficiaba a la derecha, que llegó a creérsela y empujó un proyecto que cambiaba el sistema electoral para las parlamentarias a uno proporcional. Con ello eliminó una de las características de ese sistema, que era su tendencia a la moderación de las fuerzas políticas que alcanzaban el poder, y removió así la protección que la izquierda tradicional tenía frente a grupos emergentes más radicales.

Por último, está la fuerza, impulsada por la Nueva Mayoría y Michelle Bachelet, que llevó a la izquierda a renegar de la obra de la Concertación y motejarla de reformista y de neoliberal, lo que les llevó a plantear las insensatas reformas del actual Gobierno que han sepultado las promesas de mayor igualdad y las ilusiones de la gente.

Si la Nueva Mayoría y el Partido Socialista persisten en elegir una alternativa tan desprovista de contenido como la que representa Alejandro Guillier —quien luego de una reunión con empresarios provoca el comentario “No dijo nada, pero lo dice tan bien”—, el camino hacia la intrascendencia de la izquierda tradicional chilena está pavimentado.

Con razón José Joaquín Brünner, en El Líbero, ha hablado de la disolución del polo reformista en nuestra sociedad, consumido por sus contradicciones internas e incapacidad de proyectarse hacia el futuro, justo en el momento en que la izquierda “revolucionaria” se halla más lejos que nunca de poder ofrecer un camino de gobernabilidad.

 

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, publicada en El Líbero.- 

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