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El libreto presidencial

Revista Capital

La condición vital de todo candidato, y más aún de un candidato presidencial, es la voluntad de poder que habita en él. Es la voluntad de hacer que otros hagan lo que de otro modo no harían, decía el politólogo Robert Dahl. En el debate contingente, es la voluntad de cambiar el rumbo de la trayectoria de una sociedad (reformismo), de transformar todas las relaciones y estructuras (rupturismo) o de profundizar un legado predecesor (continuismo). En el libreto presidencial de 2017, el guion ya se encuentra definido, con personeros políticos dispuestos a interpretar cada rol, pero también con candidatos que carecen de uno.

Sebastián Piñera será el actor protagonista de la voluntad de cambio, un cambio respecto de un gobierno con una coalición en estado de composición, disgregada, con deplorables indicadores de gestión y que mutiló el precipitado impulso reformista que surgió a partir de 2011. Los ciudadanos frente a malas reformas, se refugian en la sobria administración, que es el piso mínimo que un candidato en el registro tradicional de la centro derecha, podría ofrecer. El realismo político indica que el resto de los actores de la puesta en escena de la centro derecha no cumplirán más que roles secundarios.

Pero la propia desafección con el proceso reformista, también ha despertado a las viejas fuerzas rupturistas de la política chilena, encarnadas esta vez en el Frente Amplio. Tradicionalmente marginales y testimoniales, las corrientes a la izquierda de la Nueva Mayoría han dado inicio a un camino sin retorno por una ruta en la cual no existe doble pista para dos izquierdas. Por eso en esta temporada, el antagonista de la trama del Frente Amplio, más que la centro derecha, será la centro izquierda. En esta escena Sebastián Piñera tomará palco. Sin embargo, el Frente Amplio debe sortear una encrucijada mayor, a pesar de que tienen un guión bien definido, escasean de un actor que lo interprete. Jackson y Boric aún no tienen la edad mínima para siquiera intentar pisar el plató presidencial.

Por otro lado, en toda elección, por muy ingrato que sea, siempre habrá quien decidirá desempeñar el rol del continuismo. Acá lo de Guillier parece más realista, posee respaldo popular y espera ser el actor que repentinamente cambie el curso fatal de los acontecimientos para el oficialismo, de ahí su vigencia en la trama. En la vereda opuesta, Ricardo Lagos ha optado por interpretar una tragedia, cargando la cruz de los vicios concertacionistas, pero con la convicción de que a pesar de aquello, existirían muy buenas razones para perder. Las ideas de una socialdemocracia moderna, renovada y responsable no debieran sucumbir -en los anhelos del laguismo- de modo tan sencillo ante la arremetida de la siempre efímera popularidad de Guillier y la estridencia de la izquierda refundacional.

Un caso distinto es el de Carolina Goic. La senadora DC no parece ser refomista respecto del rol del actual Gobierno, ni menos rupturista -recordemos, es democratacristiana-, aunque tampoco podría ser etiquetada como total continuista, aquello a estas alturas, sería un caso crónico de masoquismo político, pasando a ser presa constante de la subordinación a la izquierda en la Nueva Mayoría.

Entonces, Goic no es más que es un actor de reparto improvisado, sin voluntad de poder en el genuino sentido del término. Es un grito agónico de un orgullo DC lesionado, pero que tan solo refleja una voluntad de sobrevivencia con un anhelo (bastante ilusorio) de preeminencia falangista en el universo de la centro izquierda. Hay que tener claro que con Carolina Goic la DC no busca gobernar el país, tan solo busca no seguir siendo gobernada como partido, por la voluntad de la izquierda. Ese parece ser el verdadero libreto de la DC, donde la aventura presidencial de Goic es una buena excusa.

 

Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Sociedad y Política de Libertad y Desarrollo, publicada en Revista Capital.-

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