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Trump: Nada que celebrar

El Mercurio

Desde ayer, Donald Trump, acostumbrado a desenvolverse sin filtro y sin límites, ha quedado sometido a la fiscalización del Congreso de los Estados Unidos: juró cumplir con la Constitución de su país. Las constituciones empoderan y también limitan a los gobernantes. Son muchos los interesados en someterlo al juicio político y destituirlo al menor descuido en la observancia de la ley.

Impopular, como ningún otro presidente norteamericano recién elegido y causante de la más extrema polarización ciudadana en la historia de su nación, está acechado por poderosos enemigos en la prensa, por los oscuros servicios de inteligencia, por sectores influyentes de la política, de la economía y de la burocracia, nacional e internacional. Para sobrevivir en el cargo será importante que logre acuerdos, ceda y respete el correcto consejo de sus abogados y asesores.

El discurso inaugural de Donald Trump no sorprendió: fue el fiel reflejo de su provocadora personalidad y de su compromiso con una agenda conflictiva. Pareció más bien un acto de campaña, dirigido a contentar a sus seguidores más militantes, que son minoría.

Populista, nacionalista, epicentral y simplista, condenó sin desparpajo la gestión de todos sus predecesores, tres de los cuales estaban presentes durante el agravio. Cargó en contra de todos los políticos, sin excepción. Criticó a los mismos a los que tendrá que recurrir para gobernar y mantenerse en el cargo. Como cualquier populista latinoamericano, buen demagogo, aseguró que solucionará todas las frustraciones y obstáculos que aquejan a su pueblo, mayormente, según él, provenientes del extranjero. Salvo la referencia al islamismo terrorista, prescindió del resto del mundo, como si la economía, la seguridad y la prosperidad de los Estados Unidos estuvieran desvinculadas de lo que sucede fuera de sus fronteras.

Poco o nada hay que celebrar del primer acto oficial del Presidente Trump. Su inicio podría anticipar cuatro años tormentosos para el mundo. Todo dependerá de si su partido, que controla el Congreso, lo logra moderar.

Trump comenzó como un riesgo para los republicanos, incapaces de evitar su nominación como candidato presidencial. Irresponsables, parecería que querían recuperar el poder a como diera lugar. Luego, bajo la seducción del populismo, pasó a constituir un problema para los Estados Unidos desde el día que lo eligieron Presidente. Ahora camina a transformarse en un incordio mundial. Está claro, después del mensaje presidencial de ayer, que los norteamericanos, especialmente los líderes del Partido Republicano, deben asumir su responsabilidad de haber elegido a Donald Trump y no podrán excusarse de controlar sus excesos: cuentan con instituciones apropiadas para hacerlo.

 

Columna de Hernán Felipe Errázuriz, Consejero de LyD, publicada en El Mercurio.-

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