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Qué pena Ministra

El Libero

No es la Ministra con más problemas en el gabinete hoy día, pero Adriana Delpiano, qué duda cabe, es una destacada profesional y una buena persona que hoy enfrenta duros desafíos. Sólo que está en el lugar equivocado, en el momento equivocado.

Como Ministra de Educación le corresponde poner en práctica la deficiente reforma universitaria diseñada por el gobierno de Michelle Bachelet. Una reforma basada en un diagnóstico equivocado: que el lucro es uno de los principales problemas de la educación chilena y que intenta cumplir una promesa imposible: gratuidad de los estudios superiores.

Con un diagnóstico deficiente, no es extraño que el proyecto propuesto haya concitado la unanimidad de todos los actores: Universidades públicas y privadas, profesores y alumnos coinciden en que es una muy mala reforma. Es el resultado de gobernar siguiendo las consignas de la calle, de escuchar al que grita más fuerte y no al que tiene una demanda más justa o una buena idea.

Así las cosas, la Ministra tiene la tarea de poner en práctica una transformación muy compleja que prácticamente interviene completa la educación superior y se funda en una consigna. Hay coincidencia en que esta reforma no avanzará, sino más bien retrocederá, en el intento de aumentar la calidad de nuestras universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica.

En medio de esta misión, informaciones de prensa dan cuenta que el propietario de algunas universidades en Chile, la empresa norteamericana Laureate, está realizando una colocación de acciones y … ¡horror! tiene fines de lucro.

La ministra Delpiano salta de inmediato: “por algún lado tienen que estar sacando la plata” y anuncia una investigación a las universidades e institutos relacionados con Laureate. No le importa que el Ministerio de Educación ya realizó una investigación sobre el particular hace muy poco, ni que el Ministerio Público haya abierto hace algunos años una investigación para investigar un delito que no existe: el lucro, sin que por supuesto se haya descubierto irregularidad alguna.

Qué pena que Adriana Delpiano, una mujer inteligente, tenga que dar esta “prueba de la blancura” ante su jefa, la Presidenta Bachelet y los guardianes de la virtud, los ex dirigentes estudiantiles y hoy diputados que dominan la agenda educacional. Qué pena porque ella sabe que no es importante si esta empresa tiene fines de lucro o no, sino cuál es la calidad de la educación que imparten sus instituciones relacionadas.

Y debe saber también la ministra que la Universidad Andrés Bello, una de las relacionadas con Laureate, es una buena universidad. Una universidad laica, fundada hace 27 años con el modelo de la Universidad de Chile, donde estudiaron varios de sus fundadores. Con presencia en Santiago, Viña del Mar y Concepción tiene 45 mil alumnos, y se ha convertido así en la universidad más grande del país, cumpliendo así con el objetivo de llegar a amplios sectores de la sociedad chilena.

Recientemente ha recibido acreditación internacional por una agencia oficial acreditadora en los Estados Unidos y ha sido reacreditada también en Chile por la Comisión Nacional de Acreditación (CNA).

La Universidad Andrés Bello es una de las universidades que más ha invertido en Chile en los últimos veinticinco años, más que la mayoría de las universidades estatales y también que las universidades que integran el CRUCH. Probablemente por ello ha requerido la presencia de una empresa como Laureate que sea capaz de levantar el capital necesario para realizar esas inversiones.

Pero la Andrés Bello puede mostrar algo más, que la llena de orgullo. Es la cuarta universidad en materia de investigación en Chile. Después de la Universidad de Chile, la Católica y la de Concepción, todas ellas mucho más antiguas.

En otras palabras un proyecto serio, que apuesta a educar no a las elites sino a sectores medios a los que con su educación intenta entregar un alto valor agregado.

Conocí por dentro esa universidad hace ya muchos años cuando con entusiasmo iniciaba su proyecto. Después de ejercer como ayudante y profesor auxiliar en mi alma mater, la Universidad Católica, continué haciendo clases en varias otras casas de estudio como la Universidad de Chile, la Universidad de Concepción y la Universidad del Norte en Antofagasta. Y ahí me decidí por ejercer la docencia y luego dirigir la Escuela de Economía de la Universidad Andrés Bello. Fue una buena experiencia y hoy día más de veinte años después cuando veo la presencia nacional de la universidad y los logros que ha obtenido no puedo entender que por un prejuicio ideológico se pongan obstáculos a una institución que tanto ha aportado al país.

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, en El Líbero.-

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