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Cambio de Gabinete: ¿Para qué?

El Mercurio

Hay varias razones por las que la Presidenta podría querer hacer un cambio en su gabinete. Un primer motivo sería una suerte de ajuste de piezas, vale decir hacer un par de cambios en áreas que no funcionan bien o requieren destrezas ausentes en quienes conducen actualmente esas carteras. Aquí las miradas se vuelven a Transportes, a Educación y a Justicia; todas áreas en que la evaluación recogida por las encuestas es muy mala o bien, como es el caso de Justicia, tienen situaciones en los servicios dependientes impresentables para la población ya sea por los escándalos denunciados o por una evidente crisis de gestión. Tengo dudas de que la Presidenta quiera cargar el costo político de la crisis en la cartera de Justicia a la Ministra Javiera Blanco; no visualizo quién podría llegar a hacerse cargo de la maldición del Transantiago; ni tampoco a alguien que tuviera disposición y capacidad para hacerse cargo de poner en marcha la compleja reforma educacional que ha hecho una intervención brutal en la educación escolar y universitaria sin tener en mente soluciones para reemplazar lo que están destruyendo.

Otra razón, teórica al menos, para hacer un cambio de gabinete sería la voluntad de darle un impulso adicional o distinto al gobierno. Es el clásico concepto del segundo tiempo, donde un gobernante se convence que debe virar el rumbo de su administración, ya sea porque advierte deficiencias graves o porque, por el contrario, advierte una oportunidad para acelerar el paso en su proyecto dadas las condiciones del país. Desgraciadamente para la Presidenta Bachelet esa es una bala que ya usó. Cuando cambió a los Ministros Peñailillo y Arenas por Jorge Burgos y Rodrigo Valdés, creó la expectativa que ello estaba ocurriendo y el gobierno efectivamente entró a transitar por una ruta de menor conflicto que prometía restablecer la amistad cívica en la política e instalar la sensatez en la conducción del país. Pero la pronta defenestración de Jorge Burgos fue sólo la culminación de un proceso de desencuentros entre el ex Ministro del Interior y la propia Presidenta, quién finalmente no dejó hacer a la dupla Burgos-Valdés la tarea para la que supuestamente los convocó. Michelle Bachelet inutilizó así su propia movida y dejó al Ministro de Hacienda en una posición incómoda pues Burgos era su mayor soporte al interior del Gobierno.

Y una tercera razón para cambiar el Gabinete sería más bien interna. No se trataría aquí de buscar una fórmula para mejorar la gestión de gobierno, sino acomodar las piezas para permitir que algunos Ministros sean candidatos en las próximas elecciones parlamentarias, cumpliendo así con la ley que les exige dejar la administración pública al menos un año antes de las elecciones.

Esta última es la única razón que podría justificar un cambio de gabinete.

En efecto, aunque sea triste decirlo, el Gobierno de Michelle Bachelet ha renunciado a la pretensión de hacer un gobierno de administración que aspire a conducir mejor el aparato del Estado reparando las deficiencias de su gestión, que sería la primera razón que mencionamos para hacer un cambio de gabinete; y, con mayor razón, a la aspiración más alta de dar a su mandato un impulso adicional que eleve su condición a un estadio superior. Es posible que se haga algún cambio en las carteras de Justicia, Educación o Transportes, pero ninguno de ellos podrá cabalmente cumplir el objetivo de hacer un mejor gobierno.

A eso se refería, probablemente, el ex Presidente Ricardo Lagos cuando declaró que no sabía si el país aguantaba un año y medio la crisis que estamos viviendo. La afirmación anterior contiene una brutal crítica a la falta de liderazgo que Lagos advierte en la conducción política y todas las miradas se vuelven a Michelle Bachelet.

El síndrome del pato cojo se instala así con fuerza en un gobierno que llegó con grandes pretensiones a tratar de imponer “el otro modelo” y que ahora constata que ha fracasado en su intento. Logró debilitar las instituciones y correr la cerca, pero lo ha hecho con tal costo para la población que finalmente ha debilitado las ideas del socialismo.

Columna de Luis Larraín, Director Ejecutivo de Libertad y Desarrollo, en El Mercurio.-

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