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Voces La Tercera

La marcha del pasado domingo refleja insatisfacción por parte de la ciudadanía respecto del nivel de las pensiones que entrega nuestro sistema previsional. Este descontento, legítimo si pensamos que todos queremos una pensión lo más alta posible, se vio acentuado al darse a conocer la situación de Myriam Olate, quien se benefició con una pensión de más de $ 5 millones gracias al aprovechamiento de los resquicios que permiten los sistemas de reparto.

Ni nuestra situación demográfica (donde cada vez hay más inactivos respecto a la cantidad de personas en edad de trabajar) ni razones de justicia (ya que bajo un sistema de reparto como el que operó en Chile, el monto de la pensión dependía del poder de ciertos grupos de presión y no del esfuerzo individual) hacen deseable volver al sistema antiguo. Y esto es reconocido transversalmente. No en vano 24 de los 25 integrantes de la reciente Comisión Bravo rechazaron la idea de reemplazar completamente el sistema actual por uno de reparto que expropie las cotizaciones acumuladas por los trabajadores para pagar pensiones a quienes estén en edad de retiro. Por esto, la marcha del domingo es más bien un llamado a reflexionar sobre qué podemos hacer para que nuestro sistema previsional nos permita mejorar las pensiones.

A diferencia de lo que ocurre en un sistema de reparto, el sistema vigente es transparente, entrega pensiones de acuerdo a lo ahorrado durante la vida laboral. El ahorro mensual de 10% es de propiedad del trabajador (va directamente a su cuenta), quien elige el riesgo al cual quiere someter dicha inversión, y sólo aporta una comisión cercana a 1% a la administradora. Así, el que las pensiones sean inferiores a nuestras expectativas depende esencialmente de factores que afectan cuánto ahorramos durante nuestra vida activa, y también por cuántos años debe dicho ahorro financiar una pensión. Mejorar las pensiones implica, a lo menos, abordar dichas variables.

Para aumentar el monto ahorrado, lo primero que debemos resolver es cómo incrementar la frecuencia y nivel de cotización durante nuestra vida activa. Esto implica no sólo revisar el nivel de la tasa de cotización (procurando no generar informalidad que puede terminar jugando en contra del objetivo último), sino también eliminar las barreras que impiden a ciertos grupos de la población (mujeres, jóvenes y adultos mayores) encontrar un empleo formal que se acomode a sus necesidades de tiempo y flexibilidad. El acentuado deterioro de nuestro mercado laboral y la reforma aprobada por el gobierno poco contribuyen con este fin. Asimismo, los independientes también deberían contribuir para su vejez. La reciente postergación de esta obligación tampoco colabora con este objetivo. Por su parte, el acentuado aumento de la esperanza de vida en Chile nos obliga a preguntarnos si la edad de retiro está acorde a las necesidades de ahorro que los trabajadores requieren para financiar razonablemente sus años de jubilación.

Si bien estas soluciones tendrán un impacto en el largo plazo, la marcha del domingo nos invitó a no seguir postergando su discusión.

Columna de Alejandra Candia, Directora del Programa Social de LyD, en Voces La Tercera.-

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