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Prioritario: impulsar la inversión

El Mercurio

Un país que no invierte se condena al estancamiento o la decadencia. Las experiencias más exitosas de desarrollo han sido con tasas de inversión cercanas o superiores al 30% del PIB. Alcanzamos un 26% durante el gobierno del ex Presidente Piñera, pero ya estamos de vuelta al 22%. El Banco Central pronostica que este año, por tercero consecutivo, nuestro esfuerzo de inversión no solo no se incrementa, sino que disminuye. Así, no es sorprendente que el crecimiento de la economía apenas llegue al 2%. Reactivar la inversión es la prioridad número uno.

Últimamente, las autoridades han manifestado su preocupación y anunciado medidas para estimular la productividad. Pero suelen ser las nuevas inversiones las que traen consigo una mayor productividad, ya sea porque se destinan a los sectores de mayor potencial o porque aportan tecnología más moderna. Además, las inversiones generan demanda interna y crean empleos, de modo que ejercen rápido efecto reactivador.

En Estados Unidos y Europa también se discute que faltan inversiones, pero ante la persistente renuencia del sector privado, la recomendación favorita es incrementar el gasto fiscal. Acá, en cambio, las empresas cuentan con atractivos proyectos y están prontas a acometerlos, si reciben las señales apropiadas. Un reciente estudio de la Sofofa sitúa en US$ 173 mil millones el valor de los proyectos en carpeta, además de otros US$ 70 mil millones hoy paralizados o ya desistidos. Entre los vigentes, en ejecución hay solo US$ 30 mil millones. En nuestro caso, no es a la política fiscal a la que hay que recurrir, sino que a destrabar el enorme potencial de crecimiento, de fuentes de trabajo y de bienestar que encierran los proyectos en barbecho.

¿Cómo hacerlo? De partida, las autoridades deben volver a creer en Chile. Cada vez que ellas aluden a que, por nuestro nivel de ingresos, ya no podríamos crecer como antes -ignorando el ejemplo de las naciones más exitosas-, o a que todos nuestros problemas provienen de la caída del cobre, hunden las expectativas empresariales en el fatalismo. Lo que a contar del 2010 -y con sorprendente rapidez- desencadenó esa ola emprendedora que elevó fuertemente la inversión y el empleo, fue precisamente convencernos que, como país, nos embarcábamos en la ruta del desarrollo y sabíamos cómo navegarla. Es cierto que entonces contamos con un cobre muy alto, pero hoy hay otras ventajas, como energía muy barata. Hay también una virtuosa combinación de intereses bajos y dólar alto, que hemos de preservar.

Será tarea ardua despejar -una a una- las incertidumbres y trabas tributarias o regulatorias que inhiben las inversiones. Pero a ese cometido habrán de abocarse las autoridades, ya sea del actual gobierno o del venidero. Al alcance de su mano está la llave para reencender el crecimiento.

Columna de Juan Andrés Fontaine, Consejero de Libertad y Desarrollo, en El Mercurio.-

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