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Culto a la violencia

Voces La Tercera

En las últimas semanas hemos sido testigos de cómo el conflicto en La Araucanía ha ido en ascenso, complejizando el establecimiento de la paz social. Grupos extremistas han destruido o incendiado algunos templos religiosos de la zona, días después del desalojo realizado a la comunidad mapuche Trapilhue del Seminario Mayor San Fidel, ocupado de manera ilegal desde 2014, y la formalización de 11 mapuches por su eventual participación en el ataque incendiario de carácter terrorista, que cobró la vida del matrimonio Luchsinger Mackay en 2013.

El carácter de los últimos atentados evidencia una agudización y radicalización en el repertorio de acciones violentistas de una minoría mapuche, la cual busca la desestabilización de sistema social de la zona mediante el uso de la fuerza. Los grupos extremistas que incendian santuarios y templos religiosos no hacen otra cosa que atentar contra los símbolos y expresiones de una religiosidad de la cual por medio del sincretismo, los mapuche se sienten parte. Un 55% de ellos se identifica de religión católica y un 37% con la iglesia evangélica (acorde a los datos entregados por la Oficina de Asuntos Religiosos dependiente del Ministerio Secretaría General de la Presidencia). Pero lo que resulta más paradójico, es que estos grupos radicalizados visualizan un adversario ahí donde siempre han encontrado un aliado de la causa del pueblo que –ilusoriamente- dicen representar. Al respecto, resulta destacable la labor de las iglesias en la integración de las comunidades mapuche y el resguardo de su cultura, patrimonio e identidad. Basta revisar un poco de la historia para confirmar aquello.

El hecho de atentar contra lo más profundo de una sociedad, como lo es el credo religioso, violenta a los propios mapuches -quienes son los principales asistentes de dichos templos-, pero además genera un distanciamiento con el resto de los chilenos, que ya ven con bastante recelo la causa mapuche, agudizando la disociación entre el discurso radicalizado de ésta minoría y de una amplia mayoría pacífica. De este modo, los tradicionales lugares de encuentro, paz y reconciliación hoy no son más que cenizas de un conflicto agudizado por grupos que solo rinden culto a la violencia.

 

Columna de Yasmín Zaror, investigadora del Programa Sociedad y Política de Libertad y Desarrollo, publicada en Voces La Tercera.- 

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