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La hora del pesimismo

El Mercurio

Aunque la semana pasada terminó algo mejor, con el crecimiento económico reducido al 2% anual en los últimos meses y el cobre cotizándose bajo dos dólares por libra, el pesimismo ha estado a la orden del día. Hay algo atávico en esto. Unos pocos años atrás nos sentíamos a las puertas del desarrollo y de pronto se ha dejado caer sobre nosotros el peso de la noche. Hablan algunos -y no solo desde la vereda izquierda- que nuestro modelo de economía "extractiva" estaría agotado, que somos rehenes del precio del cobre y reacios a la productividad. Es el espectro de Encina y su "Inferioridad Económica de Chile" que se levanta una y otra vez.

Gracias a la minería pudimos aprovechar la extraordinaria bonanza china y elevar ostensiblemente nuestro bienestar. Ahora que China está frenando su crecimiento, el panorama se nos complica. Pero no hay que exagerar: si bien para el fisco el golpe es importante -lo que obligará al Gobierno a replantear su programa de gastos, simplemente porque ya no hay plata-, en el ingreso del país y su balanza de pagos el impacto es atenuado por el hecho de que buena parte del cobre es propiedad de inversionistas extranjeros. Tanto la diversificación de las exportaciones como la alta presencia de la inversión extranjera han reducido nuestra dependencia de los altibajos del metal rojo. Por otra parte, junto al cobre se ha derrumbado el petróleo. En cifras gruesas, de mantenerse los precios actuales y respecto del 2014, lo que Chile deja de ganar por cobre -unos US$ 6.000 millones anuales- es similar a lo que ahorra por el abaratamiento de los combustibles. Extraño que nuestras autoridades sistemáticamente pasen por alto lo benéfica que es para el país la caída del petróleo. Con ello, ahondan el pesimismo.

El término del auge del cobre está ocasionando en la minería y en sus proveedores difíciles ajustes de costos y postergación de inversiones. El desafío económico y tecnológico para ganar competitividad es hoy aún más necesario que antes. Hay que hacer frente al agotamiento de las reservas de alta ley, resolver la provisión de agua y energía, mejorar la capacitación laboral. Nada mejor que la libre iniciativa empresarial para abordar esas tareas.

Es preocupante el estancamiento de la productividad agregada, pero en absoluto prueba que nuestra estrategia de desarrollo deba cambiar. Los estudios más detallados sobre el tema sugieren que la productividad de los rubros no mineros avanza a buen ritmo. En el caso del cobre, en cambio, el efecto de la caída de la ley del mineral aparece erróneamente como pérdida de productividad. Por supuesto que para volver a crecer habrá que contrarrestar ese problema aumentando tanto la productividad minera como la de los demás rubros. Si las políticas de gobierno se reenfocan a impulsar el crecimiento, el actual contexto de dólar alto, intereses bajos y energía barata puede rendirnos muy buenos frutos. En nada ayuda, creo, a abordar ese desafío la desmoralización reinante.

 

Columna de Juan Andrés Fontaine, Consejero de LyD, publicada en El Mercurio.-

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