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LOS CHILENOS Y SUS AMBIVALENCIAS

El Democrata

La opinión pública admite tensiones y discrepancias. Muchas veces las preferencias de los encuestados son intransitivas, es decir, ellos prefieren a A sobre B, y a B sobre C, pero cuando se les consulta sobre la valoración entre A y C, pueden -contrario a lo que indicaría la lógica- preferir a C sobre A.

Los últimos resultados de la encuesta Bicentenario Adimark dan luces de estas ambivalencias respecto de la visión de los chilenos sobre una serie de ámbitos de la vida social. En primer lugar, los chilenos se auto perciben en una situación mucho mejor que la poseían sus padres: con mayores ingresos, mejor calidad de vida en familia, mayor disponibilidad de tiempo libre y mejor trabajo que ellos. Sin embargo, esta perspectiva optimista desde el presente, respecto del pasado, se tienden a difuminar a la hora de evaluar las expectativas que se tienen para alcanzar las metas que posibilitan el desarrollo en el futuro, tales como: la capacidad de eliminar la pobreza, resolver el problema de la educación  y reducir la desigualdad de ingresos. En estos pasajes, el pesimismo es galopante.

En un ámbito distinto, como el de la corrupción. Existe una categórica opinión donde un 80%  considera a Chile como un país corrupto, mientras que sólo un 7% manifiesta que él o alguien de su familia ha tenido que pagar por una coima para hacer un trámite u obtener un servicio público. Aunque en este pasaje, es evidente que el conjunto de casos de alta conmoción pública han sido decisivos en generar una percepción de corrupción más bien sistémica.

Pero el pesimismo nacional se refleja nuevamente en el descenso de 10 puntos porcentuales en relación a la encuesta 2014 respecto de la expresión "Chile es el mejor país para vivir en América Latina”. Sin embargo, frente a la pregunta de si el encuestado tuviera la posibilidad de vivir en otro país que le asegure un nivel de vida dos veces superior, la alternativa "No me iría de Chile por ningún motivo" continúa siendo mayoritaria, aumentando significativamente respecto la medición anterior. Es decir, disminuye la visión positiva de Chile como país para vivir frente al resto del continente, pero aumenta la deposición a quedarse en él, aún cuando en otros países exista un mejor nivel de vida. Una nueva ambivalencia.

Por otra parte, y como se ha hecho notar desde un tiempo a esta parte en el ámbito de la satisfacción con la vida, los chilenos en el ámbito individual se muestran muy satisfechos: un 62% se califica dentro de este grupo, sin embargo, los mismos encuestados consideran que el resto de los chilenos se encuentran muy insatisfechos: sólo un 18% cree que el resto de nuestros compatriotas están altamente satisfechos con sus vidas conforme a datos de la última encuesta CEP de noviembre de 2015. En la misma línea, los chilenos aprecian su banco, pero desconfían de la banca, valoran al sacerdote de su parroquia, pero condenan a la Iglesia, reconocen positivamente el rol de la escuela de su hijo, pero cuestionan al sistema educacional,  confían en el parlamentario de su distrito, pero desconfían de los parlamentarios como cuerpo. En definitiva, se muestran satisfechos con lo propio, pero insatisfechos con lo de todos.

La diagnosis política se sirve de los estudios de opinión como insumos para la estructuración de meta relatos y propuestas de política pública. El desafío de la clase política pasa entonces por descifrar a un electorado ambivalente, donde en último término, la pregunta clave es: ¿los chilenos votarán egotrópicamente (haciendo una evaluación política en perspectiva individual) o lo harán sociotrópicamente (haciendo una evaluación política en perspectiva societal)? Quien determine de mejor manera esta incógnita tendrá las mejores chances de sintonizar con un cada vez más complejo y ambivalente electorado.

Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Sociedad y Política de LyD, publicada en El Demócrata.-

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