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¿Revuelta o revolución?

El Democrata

Una revolución silenciosa se está gestando en nuestro país. No se trata de una revuelta o una agitación pueril e inorgánica, sino que de una auténtica voluntad de poder orientada a la modificación de estructuras, sin ir más lejos, esa es la diferencia entre una simple revuelta y una genuina revolución, señala la socióloga política Theda Skocpol. Herbert Marcuse, uno de los padres de la denominada Escuela de Frankfurt, va más allá, al indicar que toda revolución es un movimiento cuyo fin es determinar una nueva estructura política, pero también social y cultural de un orden.

“¿De qué revolución hablan?” replicaría cualquier custodio de la solapada táctica del reformismo aparente. Pero ¿qué es el proceso constituyente sino la reforma política axial de cualquier arquitectura institucional? O ¿qué es la reforma laboral sino un paso hacia la consecución de una transformación de las relaciones trabajador/empleador en un ámbito tan constitutivo de lo social, como es mundo del trabajo? Y finalmente ¿qué mejor lugar para modificar la cultura de una sociedad, que a través del progresivo control sobre la escuela y las universidades, como el que se propone en la reforma educacional? No se trata de una hipérbole política más, quien se niegue a constatarlo, no está viendo el alcance de un proyecto transformador que con mayor o menor intensidad —pues todo proceso revolucionario goza de periodos de contracción y dilatación— galopa frente a sus narices.

Las revoluciones no son sólo una “guerra de movimientos” frontales y evidentes. Son también una “guerra de posiciones” —a la usanza de Gramsci—, es decir, la conquista de espacios, a modo ladino, a partir de los cuales se proyectan impulsos hegemónicos o contrahegemónicos, que poco a poco van determinando el sentido común de lo político. Infructuosos es el despliegue de fuerzas sociales en las calles, si detrás de éstas no existe una articulación de las fuerzas universitarias, los circuitos académicos, los medios de comunicación, las fuerzas del mundo sindical, así como del mundo de la cultura y las artes.

El libro “La escuela tomada”, del historiador Alfredo Jocelyn Holt, es revelador al respecto. La hipótesis de que no existe movimiento estudiantil de 2011 y los miles de estudiantes en las calles (guerra de movimientos), sin una previa guerra de posiciones o conquista gradual de espacios —en este caso la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile— desde los cuales se configura un diagnóstico, se articula un discurso y se estrechan alianzas entre una intelectualidad orgánica y los cuerpos de acción política frontal, hace mucho sentido. Si ayer fue la Izquierda Autónoma en la Universidad de Chile, hoy es Crecer en la Universidad Católica.

Lástima que no exista plena conciencia del alcance de este proceso. ¿Cuántos de nuestros dirigentes políticos, tan propensos a los “acuerdos” frente a las reformas de turno —no todos, por cierto— son capaces de mirar en un espacio temporal que trascienda el de su venidera reelección para visualizar el cambio en las condiciones objetivas de este proceso político? A todos ellos habría que evidenciarles que la confrontación ideológica ya no gira en los márgenes. Lo que hoy se juega en el debate público, no es la simple administración del poder, sino que el carácter de la configuración de la sociedad a través del poder, cuestión radicalmente distinta. En último término, lo que está en juego no es el éxito o fracaso de una revuelta más. Sino que es el fracaso o éxito de una auténtica revolución.

Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Sociedad y Política de LyD, publicada en El Demócrata.-

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